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Elbacé Restrepo
Columnista

Elbacé Restrepo

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TIEMPOS DE HILAR DELGADITO

Por Elbacé Restrepo

elbaceciliarestrepo@yahoo.com

Tengo la edad en la que la nostalgia aparece de vez en cuando, quizá como un mecanismo de defensa ante un presente que duele mucho. Y aparece, digo, no para ignorar la realidad, sino para descubrir que hubo un tiempo en el que vivíamos más tranquilos.

Son tiempos de hilar delgadito, como me hizo caer en la cuenta alguien a quien quiero mucho, mientras pasábamos una tarde en el calor infernal de estos días. “El amor a primera vista está en vía de extinción”, dijo, como quien da una noticia de última hora. Puse mis ojos en modo interrogación y explicó: “Ahora es imposible mirar a una mujer sin riesgo de ser acusado de acoso sexual”. Una idea llevó a otra y llegamos al piropo, cuando no era delito. La Real Academia Española lo define: “Dicho breve con que se pondera alguna cualidad de alguien, especialmente la belleza de una mujer”.

Recordamos y buscamos Elogio del piropo, de Alberto Salcedo Ramos, donde lo dice con la cadencia que siempre pone en sus palabras: “Los hombres que lanzan piropos en las esquinas son, por lo general, gente del populacho [...] el albañil de aquel edificio en construcción, ¿lo ves?, te suelta la lisonja sin esperar ninguna contraprestación. Él sabe que tú no le dirás: “ay, qué palabras tan graciosas: bájate rápido de ese andamio para que hagamos el amor”. Simplemente quiere notificarte que existe y que te admira...”. El piropo implica limpieza de intención, ingenio, amabilidad, alegría. Si lleva grosería, ordinariez o agresión, no es piropo, es irrespeto, y nadie tendría que darlo ni mucho menos recibirlo.

La misma suerte corre la galantería. La gente vive de mucho afán para detenerse en cursilerías propias del enamoramiento, como las cartas de amor, los detalles especiales y hasta las palabras bonitas. Hoy vamos al grano, como el dermatólogo.

Otro que emprendió la retirada fue el pudor, que es distinto a la mojigatería. Parece una epidemia la (innecesaria) necesidad que tienen algunos de hablar sobre pensamiento o actos íntimos que a nadie más deberían importarle. Vivimos tiempos en los que todo se sabe, sea por boca propia o porque nos esculcan hasta el alma. Con el agravante de que a veces parecen “saber” más los otros que nosotros mismos de nosotros mismos.

El beneficio de la duda es selectivo. No existe cuando se trata de denigrar de alguien, ¡qué cuentos de pruebas! No importa que se acabe con la honra y el buen nombre de un supuesto victimario que, no en pocos casos, termina siendo la víctima de un enjambre de avispas venenosas al que nadie, nunca jamás, podrá quitarle aquel aguijón que le clavaron los que se levantan buscando a quién acusar, juzgar y condenar. Pero si se trata de reconocer los logros de alguien, ahí sí aparecen las mil preguntas, los cuestionamientos y las zancadillas, una palabra que me recuerda lo mucho que nos gusta caerle al caído.

En este mundo han cambiado las formas, hemos perdido las proporciones y, por lo que veo, nos tocó adaptarnos a vivir así de maluco.

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