La palabra despiporre sí figura en el Diccionario de la Rae. Equivale a desorden y desbarajuste. El presidente Petro dijo el día del balconazo del Primero de Mayo que algo se le despiporró. Es decir, se le fue la paloma, se le desordenó la idea. Ya está hablándose del despiporre del gobierno. Vargas Lleras en Ibagué le atribuyó al despiporre la demora en obras y proyectos. La confusión va siendo total, como la ilusión de la paz. Es visible y desconcertante en la cantidad y complejidad de las reformas, en las órdenes y contraórdenes, en las contradicciones y los estados de ánimo. Como también en las malas maneras, los retardos consuetudinarios y los despistes y disparates como el de creerse dotado de poderes omnímodos sin controles ni contrapesos, con los órganos institucionales sometidos a su jefatura. Tal, el caso de la Fiscalía.
Para uno como columnista es irresistible el gusto por las cuestiones de actualidad noticiosa, e inevitable dejar congelados otros asuntos humanísticos y anecdóticos o la recordación de personajes y fechas relevantes en la historia. Así, he venido aplazando un artículo sobre Manuel Mejía Vallejo y un viaje memorable por la Ruta de Carrasquilla, que hicimos con él los del Café Literario del periódico. Los despiporres, los delirios y alucinaciones y embriagueces de dominio de los mandatarios hay que señalarlos con sentido de la responsabilidad social y ciudadana. Irritan, sublevan, indignan tantos desatinos, tantos abusos, por ejemplo en el ámbito local, con el uso descarado de recursos públicos para patrocinar campañas políticas.
No lleguemos al extremo de proponer que todo funcionario público, de nombramiento o de elección, sea abogado. Pero debería serle obligatorio aprobar un curso de actualización en Derecho Constitucional. Y otro de urbanidad y civismo, como los que se dictaban en bachillerato. Así, se reducirían las estupideces, los abusos y la ignorancia supina de las normas jurídicas y se practicarían buenas maneras casi elementales en el trato a los compañeros de gestión oficial, y a los gobernados, que no somos súbditos. La ignorancia de los alcances y límites del ejercicio gubernamental, más la soberbia y la prepotencia como de reyecitos, dejarían de ser insumos informativos cotidianos.
Mientras cundan los comportamientos alucinados, delirantes, todos los actos estarán destinados al despiporre, al desbarajuste, al desorden, al caos, al pésimo gobierno. Seguirá creyéndose en el error garrafal de que el twitter es el puesto de mando unificado que emite proyectos, decretos, leyes y toda clase de determinaciones de gobierno y manda al sanalejo los trámites y procedimientos regulares. Cuando por ignorancia y soberbia se desprecia lo esencial de un Estado más o menos democrático, la separación de poderes y su colaboración armónica, para asumir de facto funciones totalitarias de monarca y proclamar que se es jefe de todos y de todo (así después un destello de sensatez induzca a la retractación dorando la píldora), en la nación o en el municipio todo se desordena, se desbarajusta, se despiporra.