Por Agostinho J. Almeida
La transformación, que bajo diferentes escenarios puede resultar más o menos difícil es, sin duda, un factor clave para uno adaptarse y evolucionar en entornos cambiantes. Muchas de nuestras creencias y supuestos se forman en una etapa temprana de la vida, lo que potencialmente afecta la capacidad que tenemos para enfrentar el miedo y la inseguridad que muchas veces surgen frente al cambio. Ya sea de naturaleza cognitiva o emocional, nuestra manera de pensar impacta en la forma en que vemos y percibimos el mundo, en lo que creemos y, en última instancia, en cómo nos hace sentir. Al final del día, la verdadera transformación personal, particularmente a cierta edad, requiere el coraje para desafiar la zona de confort y el sistema de creencias actuales de uno y, al mismo tiempo, la capacidad de tolerar la incomodidad que ese proceso podría generar.
A nivel organizacional, la transformación también ha sido un componente central del diseño e implementación de desarrollo estratégico moderno, aunque se pueda decir que su magnitud puede variar según la industria. La gestión del cambio se ha vuelto fundamental en las organizaciones y para el cumplimiento de sus planes de negocio y la adaptabilidad de sus colaboradores para afrontar el cambio y permitir la transformación se vuelve cada vez más importante. Para eso, es clave entender lo que las personas piensan y sienten para promover ese cambio a través de la observación y la comprensión de sus motivaciones personales. Aunque implique una importante dedicación de tiempo, se vuelve determinante poder inducir la transformación individual para dar vida a la visión estratégica.
Ahora, si es difícil como individuos y organizaciones transformarse y adaptarse, imagínese lo que significa para las naciones. Tener que incluir en la misma ecuación las necesidades fundamentales para la vida, la capacidad productiva y el desarrollo económico; pero también la justicia, la salud, la educación, la preservación de la naturaleza, etc. En 2015, 193 países adoptaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para lograr un mejor futuro para todos; si porque recordemos que planetas habitables conocidos, por más que corra Elon Musk, todavía solo hay uno... y es bien chiquito. Después de lo que hemos vivido estos últimos casi dos años, es prioritario analizar los ODS en el qué, pero sobre todo en el cómo y los compromisos que debemos asumir colectivamente para cumplirlos. Pero también es un llamado a la reflexión de lo que sigue pasando en el mundo. La semana pasada, me refería a las profundas heridas que tiene Colombia y la necesidad de transformación en lo social, económico y político y que resultan de muchas desigualdades acentuadas, pero también de intereses políticos y nada altruistas de algunos grupos. Una gran parte de la población -si no toda- está ávida y necesitada de transformaciones de fondo. Estas últimas semanas han sido un llamado a la realidad pero también a la acción positiva para aportar a la reconciliación a través del diálogo, con humildad y, sobre todo, respeto mutuo, pero con la claridad de la inequidad y desigualdad social que perdura y que está en el origen de muchos problemas que hoy existen