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América Latina es un permanente laboratorio en materia política. Todo sucede, muchas veces sin que sea posible para los estudiosos desentrañar las razones, calcular las consecuencias, ni prepararse para el futuro.
La derecha cae en Argentina en medio de una profunda crisis económica para dar paso al resurgir del peronismo a través de la familia Kirchner, juzgada por atentar contra la moralidad y la ley. En Brasil, la derecha se presenta como una fórmula de escape necesaria para evitar el colapso social estimulado por el desarraigo institucional al que llevó el gobierno Lula y sus allegados. La izquierda de Bolivia eleva sus acciones y provoca una nueva reelección del presidente Evo Morales. El gobierno de Nicolás Maduro se perpetúa en medio de una crisis absolutamente inexplicable. El régimen de Uruguay parece abandonar su izquierda estable para retornar a una derecha propia de épocas anteriores. Perú tambalea entre la ilegalidad originada por el escándalo de Odebrecht y la inestabilidad institucional ocasionada por la lucha entre el Ejecutivo de Vizcarra y el congreso. Ecuador, que recientemente reaccionó contra los anhelos dictatoriales de izquierda de Correa, parece querer regresar a aquellas épocas en las que las revueltas indígenas marcaron el rumbo del país.
Ni hablar de la explosión revoltosa en Chile, el país más próspero de América Latina, ni de las sombras que por cuenta del narcoterrorismo se extienden sobre el gobierno de izquierda en México. De todo y para todos.
En medio de este inexplicable mapa sociopolítico, el sistema colombiano, que en principio se caracteriza por ser el más estable, amerita un análisis particular. Colombia, uno de los países con los índices más altos de desigualdad y exclusión, con un desempleo en peligroso ascenso, con signos de violencia que parecen ir en alza, pero a la vez con una de las mejores tasas de crecimiento de la región, con acuerdos de paz con una guerrilla violenta pero con disidencias que parecen no dejar florecer la convivencia, inicialmente acogió una derecha autoritaria, necesaria para la recuperación de la seguridad, luego navegó con mucha controversia e incomodidad hacia un centro más estable, aunque con poco apoyo, debido a las heridas propias de más de medio siglo de violencia armada.
Pero hoy la realidad colombiana tiende a ser otra. La ciudadanía se cansó de la polarización y el lenguaje violento. La sociedad del futuro, liderada por jóvenes pertenecientes a una nueva generación, pragmática, tecnológica, informática, que busca acuerdos y consensos, que quiere realizar a plenitud los desafíos del siglo 21, prefiere desplazarse hacia un centro conciliador, ni de derecha ni de izquierda, para emprender proyectos de avanzada, necesarios para disminuir la brecha de la desigualdad y la exclusión, con deseo de empujar la sociedad a través de las redes, sin reverencias, sin componendas, sin partidos políticos.
Ojalá este asomo de la nueva Colombia, que puede ser ejemplo para la región, marque el camino hacia una nueva historia propia para una sociedad distinta.
