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¿Trolearnos o debatir?

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Por Ana Fuentes

Una de las fotos más potentes de la semana pasada fue la de dos soldados canadienses besándose, acompañada de la etiqueta Proud Boys. Así se llama la organización de ultraderecha a la que Donald Trump pidió que se mantuviera alerta ante un posible fraude electoral. El Ejército canadiense decidió darle a Trump su medicina, trolearlo, como se dice en la jerga de Internet. Y consiguió que prendiera la mecha: la Red se llenó de comentarios a favor de la libertad sexual. Los chicos orgullosos ya no eran los homófobos.

No es la primera vez que los internautas hacen quedar mal al presidente estadounidense en esta campaña electoral: en julio, en el primer mitin de Trump después del confinamiento, usuarios de la red social TikTok se organizaron para reservar plaza y hacerle creer que llenaría el estadio de Tulsa con un millón de personas. Después no se presentaron. Dos tercios del estadio aparecieron vacíos. Hasta cierto punto es irónico que Trump, el político que más ejerce de trol en la Red, esté arruinando ideas ajenas para darse publicidad.

Las redes están distorsionando tanto la política que pronto nos va a costar encontrar sustancia. Lo importante hoy no es el contenido, sino la capacidad de conectar a cuanta más gente mejor. Douglas Rushkoff, uno de los principales teóricos de la cultura popular de Internet, ya decía en 2008 que con la tecnología se estaba desplazando el poder de una autoridad central a los extremos. Ha quedado demostrado que no solamente mandan quienes gobiernan. Los ciudadanos hemos podido pasar de lo abstracto, apoyar una ideología o a un candidato, a hacer cosas concretas y a disfrutar de su repercusión.

Pero compartimos la batuta con actores muy diversos y dudosos: bots (programas informáticos que interactúan como humanos), grupos pagados para apoyar un determinado mensaje y algoritmos diseñados para polarizar y sembrar confusión. La semana pasada, sin ir más lejos, Facebook y Twitter cerraron más de un millar de cuentas que usaban identidades falsas para propagar bulos.

El investigador Evgeny Morozov, muy escéptico con el supuesto poder liberador de la Red, cree que muchas de las discusiones que mantenemos sobre la moral y la ética de Internet nos alejan de los debates reales sobre la economía y la política.

En el caso de los Proud Boys, un comunicado del Ejército canadiense declarando la homofobia ilegal y retrógrada no hubiera generado impacto. ¿Qué aporta una sucesión de fotos y vídeos, por muy tiernos o ingeniosos que sean? Miles de parejas gays mostraron su afecto en público. Eso tiene un valor social, pero ¿hasta qué punto generar interacción por volumen empuja las líneas del debate? Al trolear corremos el peligro de banalizar la violencia y la discriminación.

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