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Aldo Civico
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Uber, mal hecho

Por ALDO CIVICO

aldo@aldocivico.com

El pasado miércoles, para ir a Llano Grande, pedí un Uber. Después de unos minutos me recogió Jorge Mario, en un Mazda negro, elegante, amplio, limpio. “Uno de sus últimos viajes”, dije para empezar la conversación. “Así es”, me dijo Jorge Mario sin animosidad, contándome cómo ya estaba registrado en otras plataformas. Finalmente con Jorge Mario hablamos de su historia de vida y de una pasión que tenemos en común, la buena comida. Aprendí sobre algunos de los restaurantes más antiguos de la ciudad, los que espero visitar pronto.

El viaje con Jorge Mario me recordó todo lo que amo de Uber. No solamente la limpieza del carro, la eficiencia del servicio, precios competitivos y unas garantías sobre la persona que me recoge, pero sobre todo la oportunidad de conocer, durante un rato, una historia de vida y los secretos de una ciudad. Desde que descargué en Nueva York la aplicación por primera vez, hace ya varios años, Uber ha sido la oportunidad de encontrarme con la diversidad y la riqueza de la humanidad en varios puntos del mundo. En Miami he conocido historias de varios venezolanos huyendo del régimen de Maduro, como Gabriel, un joven profesional del marketing, que quería estudiar programación neurolingüística. Terminé sugiriéndole unos cursos.

En particular recuerdo a un médico cuban

o que me recogió en Hoboken, Nueva Jersey. Al no poder ejercer su profesión en los Estados Unidos decidió convertirse en un conductor de Uber. Yo fui su primer cliente. No conocía las calles y se perdió varias veces en el laberinto de autopistas que se cruzan para llegar al aeropuerto de Newark. Con pasión me contó la travesía de su vida, y los sueños que tenía para su familia. Llegué al aeropuerto justo a tiempo y casi pierdo el vuelo. Pero no me importó. La conexión con este médico cubano, junto con la experiencia de ser su primer cliente, me dieron un sentido de plenitud por haber sido un momento genuino de conexión y de humanidad compartida.

Estas experiencias quizás resaltan la idea original de la economía colaborativa, o sea, la idea de compartir tu carro, o un cuarto de tu apartamento, durante un rato con unos aventureros. De esta manera se crean lazos entre historias, culturas, tradiciones, gracias a la tecnología que hoy permite democratizar los viajes y el conocer. Pero es también verdad que a lo largo de los años organizaciones como Uber, Lyft y Airbnb se han convertido en importantes empresas de transporte y de turismo. Compartir un carro o un cuarto para muchos se ha convertido en un verdadero negocio de inversión que sigue las tradicionales prácticas de la economía capitalista. Esto requiere reglamentación. Pero crear las condiciones para que Uber salga del país no es la manera. En 2013, Uber eligió a Bogotá como la primera ciudad de América Latina para expandir sus servicios. Por eso, Colombia hubiera podido ser un gran ejemplo a nivel global de cómo reglamentar estos servicios. Lástima que por miopía y la mediocridad de la política se perdió esta gran oportunidad.

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