Por Esteban Mery Fernández, MD*
Actualmente estamos enfrentados no solamente a la pandemia del covid, sino también a la de la desinformación. El volumen de noticias, trinos, mensajes, es abrumador, agobiante y en muchos casos nocivo. Esta situación no es exclusiva de la coyuntura actual: ya veíamos cómo en la década de los ochenta se propagaron mentiras tan peligrosas acerca del VIH como que este se podía aliviar con leche de cabra o que no era causado por un virus, o que los gobiernos habrían diseñado pruebas diagnósticas defectuosas para hacer un control poblacional.
Todos los días nos llegan videos donde unos autoproclamados “expertos” desmienten lo que las fuentes oficiales nos recomiendan, solo para que en cuestión de horas, estos sean refutados nuevamente. La confusión radica en que ambas partes presentan de manera creativa argumentos bastante convincentes. ¿A quién creerle entonces? ¿Cómo enfrentar inteligentemente esta situación? ¿Por qué tenemos la tendencia a propagar y reenviar noticias, así sean falsas?
Sea lo primero aclarar que creer y replicar noticias falsas no es sinónimo de ignorancia. Personas con especializaciones, maestrías o incluso doctorados han caído en esto. David Robson, en su libro La trampa de la inteligencia, cuenta cómo el ganador del Nobel de Química en 1993, Michael Smith, representa un ejemplo de alguien con una brillantez excepcional que creía y replicaba públicamente hechos falsos.
Las noticias falsas son presentadas de forma muy audaz para capturar la atención de los lectores, quienes víctimas de ayudas visuales, historias elocuentes y emociones viscerales sienten un afán desmedido por compartir y reenviar información. Esto lo saben, de sobra, los generadores de falacias que confían más en el acto reflejo de la gente que en su capacidad de cuestionar y verificar. Las redes sociales no incentivan la verdad, por eso muchos están más inclinados a obtener un “me gusta” que a validar información.
Es en el reflejo de replicar donde yace la clave para enfrentar este problema de consecuencias cada vez mayores. Ya hemos visto cómo creer y replicar mentiras no es un problema de inteligencia o educación, sino mas bien de cómo emplear la inteligencia de forma analítica y pensante. En general, todos tenemos la capacidad de discernir pero no todos la usamos. El fenómeno de no analizar y pensar sino de actuar con inmediatez basado en intuiciones y presentimientos, es denominado en psicología “avaricia cognitiva”. Este grupo de personas poseen las herramientas mentales suficientes, pero no las usan; los avaros cognitivos son muy susceptibles a recibir información falsa, creerla y replicarla casi de manera inmediata.
¿Qué podemos hacer ante esta realidad? Primero, aceptar que esta avaricia cognitiva está presente incluso en conocidos y amigos que son inteligentes y educados. Segundo, entender que incluso la información que es presentada sucintamente, citando fuentes y con un discurso coherente, puede ser inexacta o falsa. Tercero, distanciarnos de las emociones por un momento y hacer una pausa para pensar, reflexionar y verificar antes de caer en la tentación de difundir.
Alimentar más nuestra curiosidad, abrir la mente y darle al tiempo el lujo de calmar las emociones puede constituirse en el antídoto contra la propagación de noticas falsas en medio de esta crisis mundial.
* Médico, Universidad CES. Especialista en Medicina Interna (Geisinger Medical Center) y en Cuidado Intensivo (Universidad de Pittsburg, EE.UU.).