Digo adiós a la ciudad. Con las manos en los bolsillos me dirijo a paso lento hacia el poniente que dibuja un sol rojo encendido; avanzo pletórico de ilusiones como los rapsodas a la hora de la alborada. Arribo al bosque y me recuesto sobre un inmenso lecho de hojas secas; sobre las copas de los árboles se escuchan los pájaros cantores que van de un lado al otro, sonríen las flores silvestres y las muscíneas centenarias buscan ser adoradas. Un hermoso arcoiris se eleva imponente y rompe la monotonía...