Querido Gabriel,
¿Y ya sabes para qué sirves?, preguntó Isabel. Me quedé frío y respiré profundo para ganar tiempo. Estaba en una tertulia virtual con un grupo de gente joven y entusiasta. Respondí alguna cosa sobre vivir con propósito, mencioné la educación, algo sobre promover reflexiones, dije también que sigo buscando, que trato de nunca estar demasiado seguro de nada. Me asusté y me sorprendí: qué maravilla las preguntas de los jóvenes y de los curiosos eternos, porque desnudan nuestra insuficiencia y vulnerabilidad, y nos abren nuevos caminos. ¿Hablamos sobre buscar, encontrar, seguir buscando y disfrutar el viaje?
Cuando alguien me pide un consejo sobre su carrera laboral, doy la misma respuesta que daba con humor un gran expresidente colombiano: ¿Cuál consejo quiere que le dé?, que es como decir: usted ya sabe qué quiere, pero no se ha dado cuenta. El camino de buscar nuestro propósito es, posiblemente, existencial, y sea acerca del deber de nacimiento con uno mismo, la humanidad y el universo, un deber que es mucho más que una obligación. En su Manual para ser niño, que leeremos al inicio de nuestra tertulia, García Márquez dijo, “Se nace escritor, pintor o músico”.
Los más escépticos podrían objetar, con algo de razón, que eso no es tan fácil, no cae del cielo, que cada uno tiene sus circunstancias y uno no decide en qué trabaja, sino que trabaja en lo que puede. El Nobel colombiano nos reta: “No hay que esperar a que las vocaciones lleguen: hay que salir a buscarlas. Están en todas partes, más puras cuanto más olvidadas”.
Se trata de dedicarnos a algo que nos apasione, porque en el deseo están la fuerza vital y el poder creador. Hay que buscar “el elemento” del que escribió Ken Robinson, aquello en lo que uno se sienta en su salsa, como decimos en Colombia. “Si a un niño se le pone frente a una serie de juguetes diversos, terminará por quedarse con uno que le guste más. Creo que esa preferencia no es casual...”, afirmó García Márquez. El propósito no surge de un análisis costo-beneficio. Debemos explorar atentos y dejarnos elegir, como esa cita sobre el amor en Rayuela, en la que dice que es “un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”.
Debemos ser, además, competentes en aquello que encontremos. Volvamos a Gabo de nuevo: “Las aptitudes y las vocaciones no siempre vienen juntas. (...) Sólo cuando las dos se juntan hay posibilidades de que algo suceda, pero no por arte de magia: todavía falta la disciplina, el estudio, la técnica, y un poder de superación para toda la vida”.
El mapa para este viaje, sin embargo, es más mágico que práctico, porque no se trata de un empleo, el poder o la fama, no hay fórmulas ni manuales. ¿Es uno pintor, artesano, empresario, político o poeta? Tal vez varias, tal vez una ahora y luego otras. Para ello debemos escapar de esa idea de un solo empleo para toda la vida y de las carreras seguras. Tal vez haya que buscar en esas vocaciones olvidadas que “sustentan la vida eterna de la música callejera, la pintura primitiva de brocha y sapolín en los palacios municipales, la poesía en carne viva de las cantinas, el torrente incontenible de la cultura popular que es el padre y la madre de todas las artes”. En estos tiempos difíciles es bueno recordar algo que los sabios comprenden bien, que somos más felices haciendo lo que amamos por un salario modesto que haciendo algo que nos disgusta, aún con todo el poder y el dinero del mundo.
* Director de Comfama