Por david e. santos gómez
Entre los muchos desmadres vistos en los días que corren, dos llaman la atención. Latinoamericanos ambos. Hechos absurdos que, en cuestión de horas, tomaron forma mientras el mundo los veía con la boca abierta. La irrealidad de la política y la violencia encarnada a fuerza de intereses.
Primero Venezuela. El gobierno de Nicolás Maduro, acusado por la ONU de ser violador sistemático de libertades, de cometer cerca de siete mil ejecuciones extrajudiciales en el último año y medio, de torturar y desaparecer, consiguió una silla en el consejo del mismo organismo para defender los Derechos Humanos.
Rodeado por poderosos como China y Rusia, y por decenas de votos del Caribe (entre ellos Cuba) que responden a sus vínculos petroleros, el chavismo demostró una fortaleza diplomática capaz de neutralizar sus abusos. Su corrupción. Aunque no es la primera vez que un país cuestionado en el tema logra el anhelado puesto, el triunfo de Maduro no deja de ser perturbador.
Segundo, México. El presidente Manuel López Obrador dejó una de las imágenes más sorprendentes y patéticas de la lucha contra el narcotráfico al detener al hijo del Chapo Guzmán y luego soltarlo ante la presión del Cartel de Sinaloa. Los narcos se tomaron Culiacán (una ciudad de casi un millón de habitantes) y demostraron su profundo e incontestable poder político y de fuego. Cerraron sus entradas, pusieron a toda la población de rodillas y encañonaron a un gobierno pusilánime e incompetente que resolvió, entonces, soltar al delincuente.
Adiós al Estado como monopolio de la violencia. Adiós a la autoridad básica para el funcionamiento de un país. Bienvenidos los narcos y sus balas como los nuevos directores de lo que se puede hacer o no en México, de manera abierta, directa y amenazante. López Obrador ha coartado a su propio Ejército mientras les da alas a los carteles. Bastará ahora un motín para frenar las acciones de la fuerza pública que se mostró sometida a los violentos y humillada por su jefe.
Venezuela y México. Nicolás Maduro y Manuel López Obrador. De un lado los derechos humanos juzgados por sus violadores y del otro un presidente que claudicó ante los narcos, les entregó una ciudad completa y, por el resto del mandato, ató las manos a sus fuerzas de seguridad. El mundo al revés dos veces.