P.D. Mario Franco
La palabra de Dios con sencillas parábolas del contexto agrícola-campesino invita a maravillarnos desde lo Elemental y Simple.
Nuestro mundo hoy, rico en muchos aspectos, es altamente generador de insatisfacción, frustración. Esta contradicción conviene atenderla, para no producir más dinámicas perversas de egoísmo y avaricia inmanejables. Para liberarnos de la trampa y dolor que generan la envidia, codicia de nuestras relaciones, bastante sofocadas por los excesos y abundancia de unos pocos, contra la limitación y necesidades de la gran mayoría.
Del sentido de estas parábolas sobre el Reino de Dios, sacamos esta invitación a volvernos hacia lo Elemental y Simple.
Nuestro mundo, en el mejor de los casos “complejo”; es realmente un caos, un monumento al desperdicio, lo superficial y deslumbrante. Resumiendo, un mundo altamente ruidoso, “aparente”, vacío; un mundo que podemos calificar como: deficiente, intrascendente. Fruto y resultado de tantas propuestas desproporcionadas, estruendosas, desde sus comienzos, desde sus orígenes. Así resulta todo lo que proviene del mucho ruido y apariencia; pero no va más allá del tiempo y triste desencanto, de lo que hoy llamaríamos: “bolas de luces”.
Este mundo ambiguo, poco amable y transparente, curiosamente se presenta como “eficiente y productivo”; cuando en realidad es tenebroso, derrochador y asfixiante.
Para un mundo así, sin duda, es “re-frescante”, todo tiempo, espacio y propuesta orientada hacia la sencillez, lo pequeño; lo bello, elemental y simple. Un mundo, “realmente” rico en su providencia; que no es objeto para “consumir”. Un mundo para vivir; no “padecer” y sobre-vivir.
Hablamos del mundo del misterio divino; de la contemplación “gratuita”. Mundo novedoso del porvenir y acontecer de Dios. Justamente el mundo que esperamos construir desde ahora; que se identifica en las parábolas de Jesús como: el Reino de los Cielos.
Mundo que elaboramos con la fuerza y bondad de Dios; que no sabemos cómo resulta, pero -como la semilla que crece sola- cosechamos y disfrutamos. Mundo que comienza sencillo y simple, para llegar a ser grande, y acogedor, como el árbol de mostaza del evangelio.
Esta invitación a lo elemental, simple, amable y pequeño; es a recuperar, sin que sepamos cómo, la fuerza y presencia de Dios, que se ofrece con su reino. A recuperar para nuestra vida, lo mejor que tenemos y abandonamos, la vida en el espíritu del Reinado de Dios.