Por LUIS FERNANDO ÁLVAREZ J.
En los años 80 del siglo pasado, en el Instituto de Lenguas de la Universidad de “Louvain la Neuve”, en Bélgica, había un gran letrero que decía: “el analfabeta del futuro será quien sólo hable un idioma”. Para los años 90 dicho aviso había cambiado por un mensaje más contundente, que rezaba: “El analfabeta de hoy es quien sólo hable dos idiomas”. Hoy, allí seguramente se leerá que el analfabeta de hoy y del futuro será quien sólo hable dos idiomas y no domine amplios campos de la tecnología.
Estas sentencias obligan a un análisis sobre la naturaleza de la educación, de los educadores y de los educandos. No cabe duda, y así lo vivimos quienes transitamos por el maravilloso camino de las instituciones universitarias, que conforme evoluciona el concepto del saber, también deben evolucionar las funciones de los actores involucrados en la educación. Si el mundo del conocimiento, metodológica y administrativamente es otro, sus actores, docentes y discentes, también deben ser otros.
En términos de pedagogía y contenidos ha operado un importante desplazamiento, sin que ello signifique que el trabajo académico de hoy sea mejor o peor, sino que se ha transformado. Asímismo, hay un gran cambio en la naturaleza de los alumnos, no porque sean mejores o peores que los de épocas pasadas, sino simplemente porque son diferentes.
Estas dos concepciones dinámicas hacen que necesariamente se modifique la relación profesor–alumno, pues los avances tecnológicos, la extensa fuente de información y la mentalidad dinámica de los jóvenes, hacen que dicha relación se centre en el aprendizaje más que en la enseñanza.
Hoy en día lo más importante no es un profesor que tenga un extenso mensaje para transmitir a sus estudiantes. Tampoco lo más importante es un estudiante pasivo, capaz de soportar largas horas escuchando un profesor, por erudito que éste sea. En la época de la dinámica tecnológica, lo más importante es despertar el sentido crítico, la capacidad de análisis y el goce por la controversia. Los datos están tecnológicamente almacenados, el espíritu y la inventiva están en el hombre. La simple recepción de información y la negación del diálogo franco, son criterios de educación que definitivamente no funcionan.
Los bajos resultados en las pruebas Pisa y en gran parte de las pruebas Saber Pro, se deben fundamentalmente a que se continúa centralizando la relación profesor–alumno, en la sabiduría del profesor y su capacidad de enseñanza, en lugar de tenerla en la expresión del pensamiento crítico del estudiante.
La relación debe ser para que el estudiante aprenda a aprender desde sus propias vivencias y cuestionamientos, sólo así superará la cómoda e inútil postura de quien oye, memoriza y repite, y también debe servir para superar el molesto recurso de la opinión, que será reemplazado por el pensamiento reflexivo.
Mientras no se entre de lleno en este modelo y se le conciba como política de Estado, seguiremos con un lamentable atraso, desaprovechando una juventud valiosa por su arrojo y sinceridad.