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Óscar Domínguez Giraldo
Columnista

Óscar Domínguez Giraldo

Publicado

Un tango que
se baila sentado

Por óscar domínguez

oscardominguezg@outlook.com

Busco a mis bellas amigas de los sesenta para invitarlas a celebrar los sesenta años del Salón Versalles. Los cumplió el domingo 15, día de la Asunción. La idea es indemnizarlas por no haberlas invitado cuando éramos jóvenes y bellos.

La celebración transcurrió pacíficamente, contó el administrador Enrique García, uno de los más antiguos empleados, al lado del mesero ”árabe” Asbley Alí Gutiérrez.

Seis décadas después, Versalles sabe a Versalles. Allí radica su eterna juventud. Fue uno de los postulados del fundador, don Leo Nieto, fallecido en plena pandemia. Pese al cierre de seis meses, la registradora nunca dejó de sonar por la vía de los domicilios.

Desde la ausencia del fundador hay guardián en la heredad en sus hijas Marcela y Graciela, y en cada empleado que trabaja como si fuera el dueño.

En la conmemoración de los sesenta, la cuota histórico-nostálgica la aportó un “conversaversallestorio”, animado por Memo Ánjel, Reinaldo Spitaletta, Lorenzo Villegas y Norela Marín.

Lo que se les escapó, lo encuentran en el libro “La vida pasa en Versalles” —una milonga de 157 páginas—, editado por Sílaba y escrito por Guillermo Zuluaga Ceballos. La obra recuerda la técnica para escribir de Gay Talese y de Richard West en su crónica “El poder del 21”, célebre restaurante neoyorkino.

¿Cómo llenar el restaurante en sus inicios? Apunten, emprendedores: para mantener “tuquio” el sitio, don Leo convirtió en atracción turística a los nadaístas, que estrenaban el sacrilegio de pisotear la hostia en la Metropolitana. La gente iba a conocer a esos diablos. Y consumía.

También convenció a sus paisanos futbolistas de los equipos locales de que frecuentaran su restaurante. Les cobraba mitad de precio. La clientela consumía milanesa, churrasco, dos de sus especialidades. O el menú con dos opciones.

Todo esto apoyado en una idea que mata a los paisas: que la comida sea rica y barata. Don Leo clonó la idea gastronómica del Ástor, adonde solía ir con doña Aida, su esposa. A la oferta de repostería, el negocio original, le sumó restaurante de pocas estrellas a Versalles y adiós.

A ver si se me pega algo, desde que supe que Borges comió en la mesa 8, me la pido. Si está ocupada, arranco para la 10, escriturada a Gonzalo Arango, o para la 34, en el segundo piso, sin ascensor, colonizada por Mejía Vallejo, donde escribió buena parte de su novela “Aire de tango”. Otros habituales eran el escritor Fernando Vallejo y el columnista Alberto Aguirre, dos atracciones turísticas más, al lado de deportistas, periodistas, artistas y cantantes de tango.

Tango es lo que se respira en Versalles. Don Leo se las ingenió para levantarle estatua a su ídolo, Gardel, en Manrique; suyas son las ideas del Festival de Tango y la Casa Gardeliana. Versalles, un enclave gaucho en Junín, es un tango que se baila sentado

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