Por david e. santos gómez
davidsantos82@hotmail.com
El Reino Unido que, tras una larga lucha legal y diplomática de casi cuatro años, firmó el Brexit siente ahora la realidad de su euroescepticismo. El país se aísla del continente y la mano de obra escasea. Faltan trabajadores en las fincas y en los hoteles, faltan vendedores en los comercios y conductores de camiones. Esta última labor, particularmente sensible, está generando todo un desbarajuste en el suministro de combustible con las catastróficas consecuencias que conllevan las gasolineras vacías.
El primer ministro británico, Boris Johnson, insiste en que el caos es el resultado apenas lógico de un proceso de transición. “Es un periodo de ajuste”, dice. Una especie de trasteo a gran escala en el que algo se pierde. Para él, como para todos aquellos que reclamaron la retirada de la Unión, lo mejor es disimular la gravedad del asunto y decir que, pronto, el esfuerzo se verá recompensado. Pero la realidad no miente. En las últimas semanas, y ante el colapso del transporte, Johnson tuvo que sacar a las Fuerzas Militares a la calle para que tomen los volantes y recompongan el abastecimiento de combustible.
El enorme hueco laboral que ha causado la pandemia, el Brexit y las nuevas políticas migratorias ocasionaron un déficit cercano a los dos millones de trabajadores, según cifras de empresas reclutadoras. Labores que los británicos daban por sentadas eran realizadas por personas que tuvieron que regresar a sus naciones, en medio de una crisis sanitaria y económica que los sacó del sistema y que ahora les impide volver.
Los impulsores del Brexit insistieron una y otra vez en que la salida de la Unión era una enorme posibilidad para el crecimiento inglés soberano. Para la prosperidad sin el lastre de los países más pobres de la Europa continental. Pura demagogia. Es evidente —y ellos lo saben muy bien— que, en tiempos de multilateralismo, de vínculos de una economía tan interconectada como la británica, el pensamiento unilateral no tiene cabida. El coronavirus llegó justo en el momento de la salida definitiva y demostró, sin ambigüedades, que las crisis se enfrentan mejor con la fuerza de varias manos. Pero ellos le apostaron al nacionalismo rancio y ahora lo sufren en los comercios cerrados, los hoteles a media marcha y los carros sin gasolina en los tanques
El Reino Unido que, tras una larga lucha legal y diplomática de casi cuatro años, firmó el Brexit siente ahora la realidad de su euroescepticismo. El país se aísla del continente y la mano de obra escasea. Faltan trabajadores en las fincas y en los hoteles, faltan vendedores en los comercios y conductores de camiones. Esta última labor, particularmente sensible, está generando todo un desbarajuste en el suministro de combustible con las catastróficas consecuencias que conllevan las gasolineras vacías.
El primer ministro británico, Boris Johnson, insiste en que el caos es el resultado apenas lógico de un proceso de transición. “Es un periodo de ajuste”, dice. Una especie de trasteo a gran escala en el que algo se pierde. Para él, como para todos aquellos que reclamaron la retirada de la Unión, lo mejor es disimular la gravedad del asunto y decir que, pronto, el esfuerzo se verá recompensado. Pero la realidad no miente. En las últimas semanas, y ante el colapso del transporte, Johnson tuvo que sacar a las Fuerzas Militares a la calle para que tomen los volantes y recompongan el abastecimiento de combustible.
El enorme hueco laboral que ha causado la pandemia, el Brexit y las nuevas políticas migratorias ocasionaron un déficit cercano a los dos millones de trabajadores, según cifras de empresas reclutadoras. Labores que los británicos daban por sentadas eran realizadas por personas que tuvieron que regresar a sus naciones, en medio de una crisis sanitaria y económica que los sacó del sistema y que ahora les impide volver.
Los impulsores del Brexit insistieron una y otra vez en que la salida de la Unión era una enorme posibilidad para el crecimiento inglés soberano. Para la prosperidad sin el lastre de los países más pobres de la Europa continental. Pura demagogia. Es evidente —y ellos lo saben muy bien— que, en tiempos de multilateralismo, de vínculos de una economía tan interconectada como la británica, el pensamiento unilateral no tiene cabida. El coronavirus llegó justo en el momento de la salida definitiva y demostró, sin ambigüedades, que las crisis se enfrentan mejor con la fuerza de varias manos. Pero ellos le apostaron al nacionalismo rancio y ahora lo sufren en los comercios cerrados, los hoteles a media marcha y los carros sin gasolina en los tanques