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Diego Aristizábal
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Una cita con la Lady

Por Diego Aristizábal

desdeelcuarto@gmail.com

Mateo García Elizondo cree que las historias de los libros ya existen y simplemente viajan por ahí buscando quién las escriba. “Una cita con la Lady”, su primera novela, presentada esta semana en la Feria del Libro de Guadalajara, lo eligió a él. Un día cualquiera, después de salir del cine le llegó el primer párrafo: “Vine al Zapotal para morirme de una buena vez. En cuanto puse el pie en el pueblo me deshice de lo que traía en los bolsillos, de las llaves de la casa que dejé abandonada en la ciudad, y de todo el plástico, todo lo que tenía mi nombre o la fotografía de mi rostro. No me quedan más que tres mil pesos, veinte gramos de goma de opio y un cuarto de onza de heroína, y con eso me tiene que alcanzar para matarme”.

Así algunos piensen que esta novela es una especia de Trainspotting en Comala, una alegoría a la tragedia y a las drogas, no lo es, esta es una historia sobre el deseo, la ternura y el amor. Si no has amado, a nadie le importará que mueras, es una clave para leerla. “Una cita con la Lady” es pensar en Juan Rulfo, el principio, de alguna forma, es una especie de homenaje a “Pedro Páramo”; sin embargo, Mateo no pensó en él, porque quienes han viajado por México saben que la obra de Rulfo está en todas partes, en los pueblos que desaparecen cuando preguntas por ellos. México es literatura viva, en México, en Comala, en Zapotal la línea de los vivos y los muertos siempre es difusa.

En este libro está también Albert Camus, “El santo bebedor”, de Joseph Roth, las novelas de Dostoievski. En esta ópera prima los personajes son creíbles, bellos, nostálgicos, perdidos y enamorados. Que quede claro que no es un libro sobre la heroína, es un libro sobre la muerte, el deseo y el amor.

En la presentación de “Una cita con la Lady” alguien preguntó si había escrito la novela a mano, porque escribir así es desgarrarse un poco el corazón. La respuesta fue contundente: “La escribí con la piel”.

La cita con Mateo debe ser lenta, sin prejuicios ante la muerte, que “no es para nada como la pintan, como algo confuso y aterrador. A mí se me hace que a uno se lo pintan así porque descansar en paz suena demasiado tentador, porque si no lo hicieran todo el mundo querría morirse”, dice el personaje de esta novela y uno le cree, uno siente el polvo del tiempo y se pierde por ahí en el encuentro con uno mismo.

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