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Óscar Domínguez Giraldo
Columnista

Óscar Domínguez Giraldo

Publicado

Una historia callejera

$Creditonota

No fue fácil. Tuve que pelar muchos cocos con la uña. Pasaron varios presidentes, uno que otro papa. Me volví abuelo. Me echaron de varios puestos. El “bobo sapiens” inventó dos o tres guerras estúpidas. Dejé el trago y el cigarrillo definitivamente muchas veces.

El episodio que da origen a estas líneas ocurrió en esos lugares que el ingenio callejero bautizó con el certero nombre de librerías agáchese. Allí nadie es pobre ni feo. Todos estamos nivelados por lo alto.

Les dicen así porque invitan a detenerse en plena calle, agachar el pescuezo y bucear entre el menú de libros que te miran implorantes en posición decúbito dorsal.

Como el diccionario desconoce la palabreja, sugiero esta acepción ampliada de las “agáchese”: Tierra de promisión donde venden libros leídos a precios nada obscenos.

El alcalde de Medellín era Ómar Flórez Vélez (1990-1992). Con este dato sigo entrando en materia, pues fue bajo su gestión que se publicó mi primer libro: El hombre que parecía un domingo, que recoge notas publicadas en EL COLOMBIANO. ¿Cómo llegan los libros a esos santuarios? Señor Vargas, averígüelo.

Se regaló bien. Soy best seller de libros regalados. No solo de libros vendidos vive el hombre.

Fue un caso de amor a primera vista entre un ejemplar y su autor. Me le tiré en plancha para comprarlo. Jamás había tropezado con un libro mío en la calle. Por fin había llegado mi consagración, pensé.

Le pregunté al librero cuánto valía. Cinco mil pesos, respondió. Le pregunté si tenía datos adicionales del autor. Silencio mudo. Mi vanidad quedó a la altura del betún.

Sabía que si pedía rebaja, el hombre me pararía la caña. Pero me dio pena conmigo mismo. Era rebajarme demasiado. Ese día fui cinco mil pesos más pobre y un libro más rico.

Agarré el libro como si acabara de recibir el Nobel de Literatura de carriel, ruana y collar de arepas, y me largué. Lo abrí en la intimidad. De lejos se veía que el dueño no gastó un segundo en su lectura.

Y “como sorpresas te da la vida”, encontré esta dedicatoria : ”Para el senador Hernán Echeverri C., con expresión de gratitud y admiración. Saludos, Ómar Flórez V.”. Lo firmaba mi viejo amigo el alcalde Ómar, responsable de la edición.

Mi “ópera prima” estaba muy bien acompañada en esa orgía de rebajas. Las gangas incluían libros como El masaje japonés, Las vidas sexuales de gays famosos, un diccionario de química, Entradas y platos fríos, Ayuno racional, Fuenteovejuna de Lope de Vega.

Y abróchense los cinturones: Mi libro valía mil pesos menos que las Confesiones, de San Agustín, y dos mil pesos más que Cara a cara, de Darío Arizmendi.

Espero encontrarme sorpresas similares en la Fiesta del Libro. Parodiando un verso de Pessoa, valió la pena vivir solo para verme exhibido en una agáchese 

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