Divertida una columna reciente de Adolfo Meisel, el historiador económico barranquillero, en la cual habla de un ejercicio que hace en sus clases. Para motivar a sus alumnos en el estudio de la historia les pide que interroguen a sus parientes más viejos y que escriban lo que oyen acerca de la saga familiar. Al final, ellos pueden conectar fácilmente con las narraciones que el profesor hace de los grandes hechos sociales y económicos: del proceso de migración del campo a la ciudad que se dio con la violencia partidista, por ejemplo, que vivieron los abuelos de los alumnos de Meisel.
Para ir más atrás, un ejercicio similar puede hacerse con un grupo con edades promedio de cincuenta años, que hacen parte de la generación “baby boomer”, nacidos después de la Segunda Guerra Mundial. Un poco diferente, en este caso, es la narración de uno de los interrogados que pudo encontrar documentos digitalizados de su origen familiar y remontó con ellos hasta el siglo XIX. La historia comienza en Sabanalarga, hoy Atlántico, donde se establece hacia 1880 un médico que venía del Valle del Cauca. En ese momento Sabanalarga era un pueblo floreciente en donde se producía tabaco y añil, nuestros primeros productos de exportación.
La narración continúa con el médico de viaje por negocios y política entre las ciudades de la Costa, con algunas temporadas en Panamá como parte de sus periplos, para reaparecer en Cartagena donde contrae nupcias con una joven de la así llamada alta sociedad de la ciudad. A los hijos de esa pareja los encontramos a principios del siglo XX en Barranquilla, donde hacen negocios, son industriales y comerciantes en la dinámica economía de la arenosa. El menor migra a un próspero puerto sobre el río Magdalena, el principal medio de transporte de la época, por medio del cual se llevaba el café del interior hacia Barranquilla.
Acá ya aparecen entreverados varios rasgos de la historia colombiana de finales del siglo XIX y comienzos del XX. En un territorio fragmentado como el nuestro, la Costa Atlántica y Panamá establecieron fuertes lazos entre sí, aunque también hacia el Caribe. El istmo en el siglo XIX era un destino obligado para muchos comerciantes e inversionistas y había un tránsito intenso de hombres y mercancías entre ese destino y el resto de la Costa. Una circunstancia excepcional, interrumpida abruptamente cuando Colombia pierde Panamá. Barranquilla, entretanto, consolida su influencia regional, en desmedro de Sabanalarga, impulsada por la expansión cafetera de comienzos del siglo XX y su propia industria. Meisel diría que, sin embargo, la apertura del canal en 1914 comenzó a desplazar el eje económico del país hacia el occidente, hacia el Pacífico, y Barranquilla y la Costa perdieron su impulso. La economía del río se desplomó con el auge del transporte por tren, que afectó a los puertos fluviales y sus habitantes. Buen ejercicio, que muestra la riqueza de las historias regionales y familiares, y nos invita a conocerlas.