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Una nueva generación de cubanos no será silenciada

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Por Yoani Sánchez

La Habana.— El domingo 11 de julio empezó como otro día cualquiera de verano en esta isla: calor, largas colas para comprar alimentos y la precariedad marcando el ritmo de la vida. Luego se difundieron en Facebook los primeros videos de la protesta desde la pequeña ciudad de San Antonio de los Baños, en la provincia de Artemisa al suroeste de La Habana.

El acceso de millones de cubanos a las redes sociales, que comenzó en diciembre de 2018, propició que los videos de la indignación popular se difundieran a toda velocidad. En las pantallas, los cubanos veían a una muchedumbre que coreaba “libertad”, “queremos ayuda”, “no tenemos miedo” e insultos contra el presidente Miguel Díaz-Canel. Era una imagen nueva, que provocaba un revoloteo en el estómago y terminó generando también un efecto de contagio.

Según la narrativa oficial del castrismo, la mayor parte del pueblo aprueba el modelo político y al gobierno. Solo unos pocos opositores los desaprueban. Pero las protestas han mostrado que esa narrativa no es verdadera.

Muchos de quienes pedían allí la renuncia de Díaz-Canel y el fin de la dictadura nacieron después del Maleconazo (1994) o eran unos niños sin memoria de aquella revuelta. Pero no importa que no lo recordaran, porque a diferencia de aquel estallido, estas protestas no son para escapar de la isla en una balsa sino para cambiarla.

A pesar de las décadas de adoctrinamiento y vigilancia, los manifestantes mostraron un civismo que sorprendía. En una jornada adelantaron todo el terreno que la disidencia partidista no había logrado en más de medio siglo. No necesitaron de un líder, ni de organizaciones opositoras que los llamaran a manifestar. Cantaban consignas libertarias, pero también clamaban contra el gobierno por una mejor vida y contra el modelo político: “Abajo el comunismo”.

Ciertamente, las restricciones de la pandemia han extenuado a una población ya cansada de penurias. Pero los jóvenes cubanos no protestan solo por el toque de queda impuesto debido a la crisis de la salud pública. El combustible es el ansia de libertad, la esperanza de vivir en un país con oportunidades, el miedo a convertirse en las sombras enclenques y silenciosas que han terminado siendo sus abuelos.

Estaban allí porque el mito oficial del pueblo salvado por unos barbudos que bajaron de la Sierra Maestra ya no funciona para ellos, que han crecido viendo las panzas de los jerarcas crecer mientras en sus propias casas se hacen maromas para poder poner algo sobre el plato. Han dejado de temer a perder la vida en las calles si, de todas formas, la están perdiendo lentamente en largas filas para comprar alimentos, en los ómnibus atestados y con prolongados cortes eléctricos.

Una imagen encapsula el estallido de la narrativa oficial y el cambio generacional: unos jóvenes con una bandera cubana ensangrentada subidos sobre un vehículo policial volcado en plena calle. No llevan barbas, ni uniformes verde olivo, como los patriarcas de la revolución, pero ya son el nuevo símbolo de esta isla. Salieron a las calles porque creyeron que les pertenecían.

El régimen respondió como solo sabe hacerlo: con represión. En protestas pasadas, los trabajadores estatales, los miembros de los Comités de Defensa de la Revolución y los adoradores de Raúl Castro, fueron usados como primera línea de defensa civil del gobierno para evitar generar imágenes de represión policial y militar. Pero en las primeras horas de la protesta, se les vio poco. Quizás muchos de esos militantes estaban sorprendidos, temerosos y esperando órdenes. O, quizás, estaban también deseando que la pesadilla castrista terminara con aquel mar de gente pacífica protestando y cantando libertad en las calles.

El gobierno ha detenido a cientos de cubanos, militarizado las calles del país y restringido internet en muchas áreas para hacer creer adentro y afuera que todo está en calma. Pero el silencio se rompió. Y las voces que lo rompieron son sobre todo de jóvenes cubanos que están pidiendo a gritos un profundo cambio en su país.

Hay algo claro: los cubanos han probado el sabor de la libertad, no hay vuelta atrás. No seremos silenciados de nuevo

* Periodista y defensora de la libertad de expresión en Cuba. Conduce el podcast Ventana 14 y es directora del periódico
digital 14ymedio.

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