La dramática imagen a todo color en la portada de El Espectador me dejó sin aire. Sentí una inmensa tristeza al ver la desesperanza en las niñas utilizadas como esclavas sexuales por el bárbaro de Boko Haram, en Nigeria. La cifra hace arrugar el corazón: 214 están en embarazo.
Es una práctica terrible esa de emplear niñas y niños como pretexto religioso o para combatir al enemigo. Es muy antigua pero ahora se evidencia más, no solo por los potentes medios de comunicación, sino también por los tantos tratados internacionales que pretenden proteger a la niñez. ¡Puff!, son pactos en papel.
Por ejemplo, uno de los voceros de las Farc en La Habana, “Andrés París”, señala que para ellos la guerra es todo el pueblo y, por eso, todo el pueblo tiene derecho a participar; es decir, niños, mujeres, adultos. En el 2015 se han desvinculado 15 niños de las Farc, pese a que esta organización sostiene que ya no va más.
Esa perversa manía de guerra sigue vigente en ese grupo guerrillero, pues justamente la columnista Salud Hernández denunció el pasado domingo que, el pasado 24 de abril, el Ejército liberó, tras un enfrentamiento con el frente 49 de las Farc, a 8 niños entre 11 y 17 años. Lo más horroroso es que, de acuerdo con el Icbf, estos menores tienen el virus del papiloma humano. Los guerrilleros adultos, en su ignorancia, obligan a las niñas a mantener con ellos encuentros sexuales de todo tipo. Eso, se ha dicho, expone a los niños a terribles enfermedades, como por ejemplo, cáncer de laringe.
En África, cerca de 300 mil niños que participaron en conflictos armados perecieron o fueron mutilados. Los ponían a limpiar campos minados. Según Peter Singer, el niño soldado más joven tenía 5 años y militó en Uganda. En La guerra Irán-Irak, cerca de 100 mil niños iraníes fueron formados para la guerra, con un endurecimiento brutal, sometidos a golpes y a violaciones sexuales de parte de sus instructores.
En Irak un soldado norteamericano vio a un niño gateando en medio de la confrontación y, en vez de ayudarlo, lo mató. Una vez terminó la batalla el soldado reflexionó y dijo que, por supuesto, sentía haberlo hecho. Pero después de haber sido atacado todo el día, no importaba si era soldado o niño, tenía que “defenderse” para que su tropa no corriera riesgo. “Hice lo que tenía que hacer”, dijo.
Angola -un país con gran solvencia económica, con una suntuosa proliferación de carros Porsche, con las tiendas de prestigiosas marcas, en medio del lujo de unos cuantos, con el doble de barriles de petróleo de Colombia-, tiene la tasa de mortalidad infantil más alta del mundo entre los menores de 5 años, con 167 muertes por cada 1.000 nacimientos con vida, según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia.
Los niños siguen siendo un botín de discriminación y de guerra. Lo son desde hace muchos siglos, cuando los espartanos los enfilaban para la guerra, y también cuando la iglesia católica, en la llamada cruzada de niños, los usó desarmados como vehículos para recuperar la Tierra Santa, algunos, de hecho, fueron vendidos como esclavos. Hay mucho por contar sobre las barbaridades contra los niños, pero, a estas alturas, Colombia sigue siendo el ejemplo moderno de que ello, sin tregua, sigue vigente.