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UNA PROPUESTA DEL ALCALDE ELECTO DENOSTADA

Por Fernando Velásquez V.

fernandovelasquez55@gmail.com

El pasado 24 de noviembre el próximo regidor de Medellín, Daniel Quintero Calle, le dirigió al presidente de la República Iván Duque Márquez, una comunicación por medio de la cual solicitaba la convocatoria a una asamblea nacional constituyente que, según decía, estaba destinada a resolver “la polarización y nos permita encontrarnos como sociedad”; es más, añadía, se buscaba que ella “hable el lenguaje de las regiones y nos permita construir una agenda que mejore la educación, la salud, la justicia, el empleo, la productividad, la movilidad y la participación política de todos los sectores sociales”. En fin, que “cierre definitivamente el conflicto” con otros actores armados, según expresaba.

Este llamamiento no es, sin embargo, nuevo, porque otros también lo han formulado; incluso, en este espacio –hace más de dos años–, se hizo un reclamo similar al que recoge Quintero Calle. Lo novedoso, ahora, es que sea una persona convocada para gobernar una ciudad ahogada en el humo, el desgobierno, la contaminación, el ladrillo, el cemento y la corrupción, quien haga esa importante manifestación; incluso, que lo plantee en el contexto de las movilizaciones de las últimas semanas propiciadas por miles de ciudadanos descontentos.

Desde luego, semejante invitación –que algunas personas han criticado como si fueran perros rabiosos– debe ser compartida, discutida, difundida, mejorada y madurada; y ello es apenas elemental porque no se trata de dar un salto institucional al vacío para que los extremistas (¡quienes aquí abundan!) hagan su agosto y, en medio del caos que tanto añoran, impongan su modelo autoritario. Un proceso como ese tiene que ser fruto de un espacio democrático muy amplio donde quepamos todos animados por una verdadera voluntad de transformación social; no se trata, pues, de un mecanismo más para que los corruptos de siempre, los que han asaltado el poder e instaurado un orden injusto, mentiroso, expoliador, etc. se relegitimen una vez más y la máquina diabólica que controla esta sociedad siga impasible su rumbo mientras, en algunas décadas, se vuelva al mismo escenario y todo continúe igual.

Es más, debe quedar muy claro, una asamblea nacional constituyente no tiene la virtud mágica –como imagina el próximo burgomaestre medellinense– de sanar todas las heridas y “construir con esperanza el futuro de oportunidades para todos”, porque de lo que se trata es cerrar la brecha a la injusticia, la desigualdad, el hambre, el abandono, etc. y ello supone, a ojos vistos, renunciar a muchos privilegios e inclinarse ante los más humildes; algo que no gusta en un país tan groseramente desigual y cuyas clases dirigentes –y la antioqueña no es la excepción– siempre defienden sus privilegios a como dé lugar.

Incluso, por más sueños que se tengan en torno a la necesaria transformación, no se puede olvidar que los cambios requeridos en este entorno no son aislados porque, como tantas veces se ha dicho, lo que fracasó fue el actual diseño neoliberal global que debe ser erradicado si se quiere sobrevivir como organizaciones sociales y especie pensante, en un planeta ad portas de estallar gracias a la barbarie humana que, de forma lenta pero muy segura, ha hecho de un paraíso una pocilga inhabitable, sin que las súplicas de importantes pastores –recuérdese la amorosa prédica del Sumo Pontífice Francisco– y ecologistas sean escuchadas.

Bienvenida, pues, la iniciativa en mención pero ella necesita uñas y dientes para ponerla a caminar; y, dado que el presidente dice convocar a un diálogo, ojalá él –pese a su juventud y obstinación– sepa entender que tiene una oportunidad de oro para reconducir por mejores senderos esta sociedad. Como es obvio, él tiene que escuchar y dejarse aconsejar, ha de tener verdadera voluntad de paz y querer acertar; esto no se puede olvidar porque si no sabe conducir a la nación en estos difíciles momentos el colapso es eminente y será la turba la que hable el lenguaje de los sañudos.

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