La situación que ahora vive Colombia es la suma de muchos factores de una fuerte descomposición social.
Pienso en los manifestantes. Quizás muchos de ellos han crecido en familias desintegradas, con unos padres (o uno solo de ellos) trabajando horas extra para poder llevar un mejor sustento al hogar. A lo mejor sin un beso de buenas noches, un rico desayuno en las mañanas o una torta de cumpleaños que les permita celebrar la vida. Quizás sus padres y abuelos cuentan con un precario seguro de salud (si es que lo tienen) que muchas veces los hace esperar meses para hacerse algún examen o tratamiento urgente. Y eso los irrita, y a veces se descargan con sus hijos. Pienso en tantos que viven en medio de la desesperación porque ni la pensión del abuelo, ni el sueldo de sus padres alcanza para cubrir ni siquiera las necesidades básicas.
Muchos de ellos a lo mejor hacen parte de los llamados “ninis”, ni estudian ni trabajan. Según el Dane el porcentaje de jóvenes adultos con estas características aumentó en 2020 a un 33 por ciento. Seguramente la mayoría de ellos tienen una enorme potencialidad, pero les ha faltado una orientación vocacional adecuada así como una educación que les permita identificar y desarrollar sus talentos y esto los ha dejado estancados, resentidos. Otros tal vez han estudiado duro en la universidad, pero como dice la canción de Los Prisioneros “¿para qué? ¿para continuar bailando y pateando piedras?”.
A esto se les suma la falta de valores en su entorno. Muchos jóvenes caminan por la vida, buscando identidad, pero sin una brújula moral. Como dijo recientemente el columnista Andrés Oppenheimer “en un mundo de la pos-verdad, cada vez más desprovisto de valores, en el que los demagogos populistas han socavado los principios fundamentales de las sociedades normalizando la mentira y la intolerancia política y racial”. Jóvenes que viven hiperconectados y sumergidos en las redes sociales, que encuentran allí otros jóvenes con sus mismas características y que crean comunidades virtuales de gente que piensa de una misma manera y por lo tanto con pocas oportunidades para dialogar, comprenderse e intercambiar opiniones. Así se cocinan los movimientos ideológicos, incentivados y patrocinados quizás por agendas internacionales que buscan desestabilizar las democracias y generar el caos en el que ahora estamos.
La revuelta no llegó sola, es el estallido de años de injusticia y de jóvenes inconformes porque quizás no los hemos escuchado, no nos hemos sentado a dialogar, no hemos atendido sus necesidades básicas, no nos hemos dado cuenta de su potencialidad, no les hemos permitido soñar. Ojalá podamos sacudirnos, buscar formar nuevas generaciones de jóvenes bien instruidos, trabajadores y que continúen aportando al futuro del país construyendo, nunca destruyendo.