Por Agostinho J. Almeida - @Agos_Almeida
Y en cuanto a ti, muerte,
y a tu amargo abrazo de la mortalidad...
Es inútil que pretendan alarmarme.
Walt Whitman
“Canción de mí mismo”
La muerte es una cosa curiosa. El cese de todas las funciones biológicas. Permanente. Irreversible. Inevitable. Egoísta. Equitativo. Imparcial. Temido por muchos. Esperado ansiosamente por algunos. La causa de lágrimas, sufrimiento y arrepentimiento. Además, intrigante: ¿qué sucede después de la muerte? ¿El alma sube al cielo o sigue los pasos del diablo hasta el infierno? ¿Nos reencarnamos en otros seres vivos? ¿O, simplemente, se reintegra nuestra energía en el ciclo de la vida?
En algunas sociedades, la muerte es un motivo para celebrar la vida. Para regocijarse y recordar a los caídos, para estar agradecidos por haberse cruzado en nuestro camino. Y hoy debemos celebrar la vida de Ángela Restrepo Moreno, conocida cariñosamente como la Doctora, quien falleció la semana pasada. La Doctora ayudó a cambiar la forma de hacer ciencia en Colombia. Rompió barreras y tabúes con respecto a la participación, relevancia y liderazgo de las mujeres. Escribió y fue coautora de cientos de artículos científicos y libros en diferentes idiomas. Fue reconocida no solo en Colombia, sino a nivel mundial por su investigación. Montó laboratorios y centros de investigación. Enseñó a cientos de estudiantes e investigadores, quienes, a su vez, han educado a cientos más. Tenía un profundo sentido de pertenencia y un anhelo de aprendizaje constante. A los noventa años seguía produciendo conocimiento y asistía a clases de diferentes temas. Y por más que se rehusara a aceptarlo, fue también una emprendedora e innovadora de excelencia.
Pero de lo que más me acuerdo es la magia y simplicidad para equilibrar la disciplina con la pasión, el foco con los sueños, la fe con la ciencia. Una de las primeras cosas que me dijo cuando nos conocimos fue: “No es casualidad que nuestros caminos se hayan cruzado”. Así era la Doctora: decía las palabras acertadas en el momento más oportuno. Nos hacía creer en lo imposible, empujar nuestros límites, y no nos dejaba aceptar el fracaso como el fin, sino como el inicio del camino. Toda una romántica incurable... Sin duda, un ser único; una especie biológica en sí misma.
Es difícil e injusto intentar medir el impacto real de su vida. Sobre todo, porque su legado no termina acá y seguirá creciendo a medida que seamos capaces de honrar su vida tan impar. Los que fuimos afortunados y compartimos con ella tenemos historias y anécdotas para contar y todos nos sentimos especiales y tocados por ella... tal vez esa sea la mejor medida de la bella obra que ha sido su vida. La muerte de la Doctora, triste y dolorosa, significa mucho más por todo lo que vivió e hizo vivir.
Y en cuanto a la vida...
¿No es la vida el desperdicio de muertes infinitas?