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¡Vamos a construir una nueva historia!

Por Fernando Velásquez V.

fernandovelasquez55@gmail.com

Así rezaba uno de los lemas de la campaña del actual alcalde de Girardota, Diego Armando Agudelo Torres, quien, en medio de su intolerancia política, desde su posesión no descansa en su tarea de descalificar la obra de la anterior administración municipal. Un triste ejemplo de ello sucedió el día once de agosto: Mientras la ciudadanía conmemoraba el día de la independencia de Antioquia, el funcionario ordenó demoler el pedestal enchapado en piedra bogotana donde estaba erigida la talla en bronce de don Pepe Sierra que, de manera paciente y amorosa, diseñó y construyó –en sus justas proporciones– el gran artista yarumaleño Herlán Agudelo Torres, gracias a un contrato aprobado por el Concejo Municipal que, de forma inusual, quiso rescatar el papel del arte para la formación ciudadana.

Amén de ello, en medio de sus sueños de grandeza, el día trece de agosto –para caricaturizar la obra, al artista y exacerbar la ignorancia ciudadana– el gobernante dispuso sacar del parque principal la efigie y trasladarla a un lugar apartado de esa localidad: el Barrio la Florida, justo al frente de la cantera de una empresa extractora de materiales para la construcción. Ahora sí, según otra de sus consignas, “¡Girardota para todos!”. Desde luego, este hecho representa un gravísimo atentado contra el patrimonio cultural, por tratarse de una obra salvaguardada por la ley de derechos de autor y normativas internacionales; además, es una muestra de la ventolera exhibida por quien –con un discurso lenguaraz– quiere arrasar con lo que no le apetece, como si no fuera evidente que su función primordial es el servicio público sin darle rienda suelta a las pasiones malsanas que todo lo envilecen.

El citado burgomaestre, pues, en medio de su obcecación, desconoce la vida y la obra de un muy controvertido e importante lugareño quien se hizo a pulso, hasta convertirse en un gran empresario que mucho le aportó a la región y al país entero. Solo, a título de ejemplo, recuérdese su destacada participación en la vida institucional a finales del siglo XIX y comienzos del XX; también, el papel de su familia: una de sus hijas –fiel a la tradición–, fue gran benefactora de esa localidad. Incluso, su sobrino monseñor Manuel José Sierra cofundó y se desempeñó como el primer rector de la Universidad Pontificia Bolivariana, después de presidir varios años la Universidad de Antioquia.

Por eso, no es ético ni lícito desconocer el arte, la tradición y la cultura y pasar por encima del patrimonio público como si éste fuera de propiedad del intemperante regidor de turno; también los alcaldes municipales tienen que respetar la Constitución y la ley, en especial la penal que –recuérdese– castiga las conductas de violación de los derechos morales de autor, peculado, prevaricato, abuso de autoridad y daño en bien ajeno de carácter público, entre otras. Es más: no deja ser irónico que mientras la capital de nuestro país honra y exalta con el nombre ilustre de don José María Sierra Sierra a una de sus avenidas más prestigiosas (la Calle 116, que recorre todo el norte de la ciudad de oriente a occidente), un alcalde de su pueblo natal haga gala de sus más sañudos impulsos y coja a martillazos el pedestal pagado con fondos públicos, donde se levantaba un bello monumento en su memoria y, de paso, pisotee la escultura para trasladarla a cualquier rincón.

Así las cosas, es perentorio que la importante producción artística vuelva al lugar donde se encontraba instalada, justo al frente de la Catedral de Nuestra Señora del Rosario, desde el pasado 24 de noviembre de 2019, un lugar del cual nunca debió ser removida porque hacerlo es escarnecer la civilidad, abusar del poder y despreciar los más sacros valores inspiradores de la convivencia en cualquier comunidad organizada. ¡Y algo más: el autor de semejantes afrentas debe responder por ellas y sufrir los condignos castigos! .

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