Si uno se atañe a la Real Academia el vandalismo se refiere a acciones destructivas contra bienes físicos, pero esa acepción puede extenderse a acciones dañinas por omisión, palabra o hecho que afectan de manera repetida a las personas.
Cómo no va a ser vandalismo que el presidente Iván Duque se vista de policía e ignore a las familias de los jóvenes asesinados en enfrentamientos con uniformados en Bogotá y ni las mencione en sus declaraciones. Y ante las familias de los jóvenes masacrados en Samaniego (Nariño) prometa construir un estadio, o dé dulces, migajas, a niños de Bojayá mientras sus líderes tienen que andar escondidos.
Cómo no va a ser que se deslegitimen las protestas (a pesar del daño de bienes) afirmando que fueron infiltradas por el Eln, estribillo que como el tic toc del reloj se repite siempre en las manifestaciones de inconformismo contra los abusos del poder.
O apoderarse de todos los órganos de control y desprestigiar la justicia cuando el reo es el predilecto del gobierno.
Cómo no va a serlo elaborar listados de opositores, generar eufemismos para disfrazar (¡vaya!) masacres y desplazamientos forzados, minimizando la gravedad de los hechos.
O callar ante el desastre de Odebrecht y pretender devolverle dinero a una de las multimillonarias empresas involucradas; o financiar a Avianca, empresa extranjera que no genera más empleo que el que ofrecían decenas de miles de negocios que se quebraron por la pandemia y no recibieron ayuda alguna, mientras se amenaza con extender el IVA a toda la canasta familiar, el impuesto más regresivo que recae sobre los que menos tienen.
Cómo no va a ser violento que la senadora Cabal afirme que las protestas las motivó el expresidente Santos aunque no le constaba, que la vicepresidenta llame atenidos a los pobres y el Comisionado de Paz salga con el disparate de que las masacres se deben al acuerdo de paz.
También es vandalismo que prestantes figuras busquen apoderarse de baldíos, que en el proyecto de las Zonas de Desarrollo Empresarial se concedan a las empresas mayores facilidades para recibir esas tierras y a las comunidades rurales se les impongan mayores exigencias.
Vandalismo duro y puro. No destruye bienes físicos pero socava la ética del buen gobierno, afecta la moral y el bienestar de millones de colombianos.
Se extrañan cuando explota la caldera de las aspiraciones ciudadanas frustradas, millones sin oportunidades que llevan años viendo cómo otros sí las tienen y son favorecidos. Bofetada tras bofetada.
Maullido: da pena el alcalde de Medellín con sus trinos.