El enfrentamiento mortal entre manifestantes y policías es la primera secuencia masiva posterior a la pandemia. Si por el desayuno se adivina cómo será el almuerzo, este “nuevo orden” no es nuevo ni es un orden. Muchos idealistas auguraban un mundo mejor luego de la larguísima cuarentena.
Se suponía que la gente aprovecharía el encierro para meditar y regresar a las calles y trabajos con otra piel. La naturaleza había agradecido en los primeros meses: mermó el esmog, animalitos del bosque cruzaron los semáforos, los peces se reflejaron brillantes debajo del agua inmaculada.
Con las iniciales aperturas los motores de los carros rugieron como antes, los vendedores ambulantes retomaron los andenes para repeler el hambre, los humildes se precavieron a punta de plantas medicinales baratas. Hoy las cosas están a milímetros de volver a ser lo que eran.
No se ve la mejoría, la humanidad retornó a los usos humanos plagados de plagas. Han aflorado palabras bisoñas: bastardos, vándalos. Un bastardo es un degenerado de su origen, hijo no legítimo, mal nacido. Un vándalo es el relevo de un pueblo germánico que a mitad del primer milenio de nuestra era hizo trizas nada menos que al imperio romano.
Estos términos en boga no son esgrimidos con conciencia de su linaje, pero todo el mundo intuye que no son propiamente elogiosos. Quienes los disparan contra los del bando opuesto fruncen la frente porque llevan veneno. Son el vocabulario patibulario de la realidad poscovid-19.
Ni hablar del caudal de videos que desde los dos bandos aturden las redes sociales. Desmayos masculinos, alaridos femeninos, llamas en primer plano, verde olivas que corren con el brazo extendido para aligerar la bala de la pistola. Las caricias brindadas por estos uniformados con sus bastones, retumban en las pantallas celulares omnipresentes y ávidas de adrenalina.
He aquí el paisaje ofrecido en esta semana que cierra con consternación el semestre cumplido en confinamiento. El cuadro a continuación trae ingredientes nada halagüeños: vándalos y bastardos se trenzan en la espesa sopa de la polarización. Las elecciones presidenciales están que se desgranan en furias comprimidas a causa de la contención de la peste.
La Colombia de la pospandemia es Caja de Pandora.