Venezuela estuvo a oscuras. Cerca de 30 millones de venezolanos estuvieron sin luz por varios días en un apagón que duró del 7 al 13 de marzo. Y mirando con lupa esta noticia pude concentrarme en uno de los tantos damnificados de este corte de energía que afecta a nuestro país vecino como también al nuestro con la cantidad de venezolanos que recibimos diariamente y que huyen desesperados después de haberlo vendido todo para comenzar de nuevo en una tierra desconocida con el único propósito de sobrevivir.
Una crisis energética que ha traído muertos (con una información ambigua), imágenes desgarradoras como la de aquel bebé al que se le buscaba dar respiración manualmente. Un corte de energía que llevó a la suspensión de clases, a la creación de un estado de emergencia nacional, a las largas filas para obtener los insumos necesarios, entre otras consecuencias.
Pero cuando lees esta noticia con lupa, te das cuenta del drama que vivieron cada uno de los venezolanos. Recibo frecuentemente, junto con varios colegas, correos electrónicos de Pompeyo Abreu Cardozo, un venezolano que busca dar a conocer el día a día tanto de él como de sus compatriotas: “Sobrevivimos cinco días sin luz, sin posibilidad de nada, viendo cómo se desvanecía ante nosotros cualquier posibilidad de algo, de por lo menos sobrevivir”, dijo.
“Fueron unos días desesperantes, agónicos, infinitos, asfixiantes, que lograron hacernos mucho daño económico tanto como familia como a mi país. Toda aquella comida perecedera que habíamos logrado comprar, con mucho sacrificio, vimos cómo se dañaba lentamente sin posibilidad de salvarla. Literalmente este apagón logró equilibrar la balanza de la pobreza en el país. Ahora todos estamos igual de quebrados y desesperados”.
Un apagón que trajo duras consecuencias a uno de los miembros de su familia: “Mi suegra, el domingo antes de carnavales, comenzó un problema grave de esquizofrenia y demencia senil el cual está bastante complicado y no logramos controlar ya que, por un lado, no se consiguen las medicinas y, por otro, quien las tiene, nos las quiere vender muy costosas o cambiar por comida. Ante esto, estamos atados de mano ya que no nos alcanza para cubrir ninguna de las dos peticiones”.
Además, en los últimos días, “no logramos poder comprar ni lo básico para nosotros, para mis hijos. Desde el apagón estamos haciendo dos comidas al día para que los niños puedan tener su alimentación y nos rinda ya que debemos compartir lo que tenemos con los suegros”. Pompeyo, como tantos venezolanos, va viendo cómo sus pertenencias se van deteriorando sin posibilidad de repararlas ni mucho menos de adquirir nuevos bienes: “el vehículo se dañó pero ya lo podré reparar esta semana”, dice.
Y al multiplicar esta situación por 30 millones no queda más que pedir a Dios que este régimen acabe pronto para sacar de esta agonía, de este secuestro que viven quienes aún no han podido salir del país. Y aunque él y muchos compatriotas suyos piensan que el fin del régimen está cerca “hoy se hace lejos”.