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Verdades y mentiras sobre salud mental y pandemia

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Por Virginia Barber Rioja*

Desde hace unos meses se auguran olas o tsunamis de enfermedades mentales como resultado de la pandemia de la covid-19. Pero estas predicciones, en principio, no se ajustan a lo que sabemos sobre el impacto psicológico de las experiencias traumáticas colectivas. Lo que han demostrado los estudios es que, por ejemplo, tras un desastre natural la gran mayoría de las personas se adapta a estas situaciones estresantes sin desarrollar ningún tipo de psicopatología grave.

Es cierto, sin embargo, que cada tragedia colectiva tiene sus propias características, así que necesitamos más tiempo para entender el verdadero alcance de esta pandemia global en la salud mental de la población. Pero, ¿qué podemos concluir hasta este momento? Algo importante es que los suicidios no han aumentado. Así lo corroboran varias investigaciones, incluida una publicada en The Lancet elaborada con datos de 21 países, entre los que se encuentra España. Tampoco parece que hay evidencia que permita afirmar que se ha producido un incremento de diagnósticos de trastornos mentales graves, es decir, aquellos que tienden a causar una mayor discapacidad, como la esquizofrenia y el trastorno bipolar, aunque no cabe duda de que los problemas de este grupo se han agravado con la covid-19 por la dificultad de acceder a los servicios psicosociales.

Finalmente, algunos de los estudios recientes más rigurosos, como los de la Universidad de Connecticut en Estados Unidos o el de la Universidad de Sheffield en Reino Unido, concluyen que durante el peor momento de la pandemia, la población, lógicamente, experimentó altos niveles de ansiedad, estrés, y tristeza. Estos niveles han ido disminuyendo a medida que la situación ha mejorado. Los estudios también sugieren que los grupos más afectados han sido los adolescentes y jóvenes, las personas con enfermedades mentales previas, y las clases sociales más desfavorecidas.

Aunque esa avalancha de patología clínica que se vaticinó desde los medios no parece haberse producido, no hay duda de que la pandemia ha causado altos niveles de sufrimiento a muchos, como a los familiares de personas fallecidas o al personal sanitario. Pero el sufrimiento no siempre es sinónimo de enfermedad mental. Como decía Victor Frankl, el psiquiatra austríaco que perdió a su familia en los campos de concentración nazis, “una reacción anormal a una situación anormal, es un comportamiento normal”.

Pero hoy, los altos niveles de ansiedad y estrés padecidos durante la pandemia han llevado a muchos ciudadanos a buscar ayuda psicológica. Todo esto ha expuesto las tremendas grietas del sistema público de salud mental en muchos países. Porque nos encontramos claramente ante una crisis, aunque esta existía mucho antes de que llegara la pandemia. Antes de marzo de 2020 ya se suicidaban una media de 10 personas en España a diario, la ansiedad y los trastornos depresivos estaban en alza, e íbamos a la cabeza de Europa en el consumo de ansiolíticos. Por eso, aunque los problemas de atención a la salud mental en el sistema público anteceden a la Covid-19, la coyuntura actual ofrece una buena oportunidad para atajar esta situación. Sería una tragedia que los políticos y responsables públicos actuaran de una forma impulsiva y apresurada, y se gastaran los recursos en intervenciones sin base científica y sin impacto real.

Se necesita aprobar un plan nacional de prevención de suicidios. Los trastornos mentales, o del comportamiento, son fenómenos complejos, cuyas causas son biológicas, psicológicas, y sociales, y por lo tanto, cualquier acción para su prevención y tratamiento debe ser igualmente compleja y huir de reduccionismos. Sería muy recomendable que antes de acometer políticas públicas en este acampo se busque el asesoramiento de un grupo multidisciplinar de expertos que incluya psiquiatras, psicólogos clínicos, comunitarios y jurídico-forenses. Además, hay que dar voz a las personas afectadas por la enfermedad mental. Hay que identificar las áreas en las que se necesita investigar y recabar datos e invertir en ellas, porque ningún plan de prevención será efectivo si carece de esta información.

No existe ya ninguna duda de la importancia que tienen los determinantes sociales en la salud mental, y por eso para prevenir estos trastornos hay que disminuir las desigualdades sociales. Existen muchos estudios que apoyan esta tesis, por ejemplo, recientemente se ha publicado una amplia investigación del Instituto Noruego de Salud Pública. Pero el hecho de que las desigualdades sociales jueguen un papel crucial en la salud mental no implica que todos los trastornos sean únicamente un constructo social, o que los problemas psicológicos vayan a desaparecer en el caso utópico de que estas desigualdades desaparezcan.

Es necesario aumentar los ratios de psicólogos y psiquiatras por habitante en la sanidad pública y en atención primaria en particular. Solo de esta manera, las terapias dejarán de ser un privilegio de pocos para convertirse en un derecho de todos.

A lo largo de la historia siempre han sido importantes los consejos que una persona recibe de otra que tiene buena fe y experiencia. No obstante, cuando se trata de trastornos mentales y experiencias traumáticas, estos consejos bienintencionados no son suficientes. Aunque todos tengamos psicología, no todos sabemos sobre psicología. Animo a los políticos a que escuchen a los expertos en salud mental, especialmente a aquellos que se apoyan en la evidencia científica para abordar estos problemas que nos atañen a todos

* Doctora en psicología clínica y forense, dirige el departamento de salud mental de la cárcel de Nueva York. Autora de Más allá del bien y del mal (Debate).

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