Un anhelo frecuente de casi todos los gobiernos en América Latina es la reducción de la informalidad laboral, uno de los rasgos característico de sus economías. En muchos de los países de la región el mercado laboral informal es incluso más grande que el formal. Para hacerse una idea de la magnitud del fenómeno se estima que en Chile un 35 % de la fuerza laboral es informal, en Colombia 52 % y en Perú 80 %.
Se considera que la alta informalidad tiene un efecto directo sobre la productividad de una economía porque, dadas sus características, el empleo informal requiere muchas menos habilidades que el del sector formal. También tiene consecuencias la informalidad sobre los recaudos tributarios y la posibilidad de que los trabajadores puedan obtener una pensión. Adicionalmente, este tipo de mano de obra puede congestionar los servicios públicos (salud, educación), sin contribuir a su financiación. Por todas esas razones se considera que la informalidad laboral es un flagelo que debe combatirse sin tregua.
Para sorpresa de muchos, la investigación económica reciente, con una consideración explícita de la informalidad en sus modelos, ha encontrado que su presencia trae una serie de beneficios inesperados. Resulta ser, según el trabajo de Dix-Carneiro y sus colegas (Trade and Informality in the Presence of Labor Market Frictions and Regulations), que la informalidad (de empresas y trabajadores) actúa como un amortiguador cuando una economía enfrenta choques negativos asociados, por ejemplo, a cambios en los precios de la energía, que pueden aumentar el desempleo y el crecimiento de una economía.
El anterior no es el único tipo de choque negativo que es suavizado por la informalidad. Algo similar sucede con los choques de demanda (por ejemplo, ante un aumento del gasto de los hogares) y financieros que, en principio, deben afectar los salarios y la inflación. En esas circunstancias la presencia de la informalidad hace se mitiguen los efectos sobre esas dos variables, como lo muestran Arbelora y Urrutia (Does informality facilitate inflation stability?).
Hay que matizar las enseñanzas que para la política económica se pueden extraer de esos resultados. La presencia de esas virtudes inesperadas de la informalidad no debe llevar a conclusiones rápidas. En todo caso, la reducción de la informalidad es conveniente en el largo plazo porque aumenta la productividad y con esto el potencial de una economía. El bienestar de la población aumenta si se erradica la informalidad y si bien esta actúa como amortiguador en los malos tiempos, no se justifica que no se luche contra ella. Para la política monetaria, en particular, la presencia de la informalidad hace que sea menos efectiva, aunque frente a algunos tipos de choques se aminore la volatilidad de la inflación. Es esperanzador que se estén construyendo modelos completos que incorporen esa realidad de las economías latinoamericanas. De esa forma, puede entenderse con mayor certeza los efectos que el fenómeno de la informalidad trae sobre ellas y también permite el diseño de mejores políticas públicas para reducir su tamaño.