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Visión paranoica vs visión estratégica

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Por Daniel Castro Morales

daniel.castrom@udea.edu.co

En su columna del día 8 de marzo en EL COLOMBIANO, Juan David Escobar Valencia cita tres veces el famoso telegrama largo de George F. Kennan. Las afirmaciones que lanza sobre Kennan son cuando menos dudosas por su falta de sentido histórico. Aunque las ideas más importantes de Kennan fueron implementadas por el Consejo de Seguridad Nacional en 1948, el propio autor se retractó en numerosas ocasiones de ellas y sugirió una política de acercamiento y diálogo con la Unión Soviética que lo llevó incluso a pedir, veinte años después, la retirada de las tropas americanas de Vietnam.

Ante los embajadores estadounidenses en Latinoamérica en 1948, Kennan no recomendaba otra cosa que el apoyo irrestricto a la fuerza bruta: “No debemos dudar ante la represión policial por parte del gobierno local. Esto no es vergonzoso ya que los comunistas son esencialmente traidores”. No es exageración tildar la política de Kennan de paranoica: fue la misma la que animó ver comunistas detrás de cada conflicto social sin importar lo justificado que este fuera, la que embarcó a los Estados Unidos en una política exterior de costosas guerras eternas, golpes de Estado y contrarrevoluciones violentas.

Se diría que la visión paranoica del mundo es moralmente repulsiva, pero políticamente efectiva, y sin embargo esto también es una mentira. La “doctrina Truman” sirvió para entorpecer el desarrollo de la democracia en muchos países, como Indonesia y Guatemala y los propios Estados Unidos, pero falló en lo más importante de toda visión estratégica, como bien debe saber el señor Valencia, y es la apreciación correcta del adversario: ninguno de los miembros del “Concilium” de la política exterior estadounidense pudo apreciar el raquitismo de la economía soviética, la sobredimensión de su establecimiento militar ni sus objetivos geopolíticos esencialmente defensivos que consistían en mantener a Moscú lejos de ejércitos extranjeros a través de una franja de países satélites.

La idea de un enemigo invisible supuestamente comunista, en el que caben las más diversas corrientes del centro y la izquierda política, no puede tener otra consecuencia que la (re)instauración de un régimen de persecución política, destrucción de los frenos y contrapesos constitucionales y militarización del conflicto social que empobrezca la ya magra democracia colombiana, cuyo sectarismo parece seguir rigiéndose por el único objetivo de “hacer invivible la república” para quien no pertenezca a las propias toldas

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