La ola de contagios finalmente tenía que llegar también a Medellín y Antioquia. Era imposible pensar que nos salvaríamos del virus. Darse cuenta de que el virus se está difundiendo de manera acelerada está aumentando entre muchos el ansia y el miedo, como consecuencia de la sensación de incertidumbre que estamos advirtiendo. En lo personal, confieso que me angustian no tanto los cuatro meses que llevo encerrado en mi apartamento, sino el no saber cuándo finalmente podré salir y viajar, cuando volveré a abrazar a mis amigos, o poder estar con mis papás. No siempre es fácil quedarse en una especie de casa por cárcel cuando uno tiene un alma nómada. Ha sido un entrenamiento interesante centrar la mente en el presente, en el aquí y ahora, cada vez que tiende a girar hacia el futuro, que uno no puede controlar. Me acordé varias veces en estos días de lo que mi amigo Enric Corbera me dijo durante una comida en Miami, a finales de febrero: “Quien se preocupa del futuro es el ego”. Me pregunté en estos días, ¿Cómo encontrar refugio frente a todo esto?
La socióloga de Harvard Martha Beck, quien se hizo conocer en el mundo por sus libros de desarrollo personal y por ser la coach de vida de Oprah, me recordó en estos días que durante la Edad Media las iglesias eran un santuario donde cualquiera podía encontrar protección. Una vez que entrabas en la iglesia y decías “¡Santuario!” te convertías en un intocable. Esta práctica se extendía también a los criminales; cuando se refugiaban en una iglesia, las fuerzas del orden no lo podían capturar, ni siquiera si se trataba de un asesino. En Inglaterra, además, la comunidad que no había logrado capturar al criminal tenía la obligación legal de mantenerlo a salvo e incluso alimentarlo hasta por 40 días. Esta tradición del santuario permitía retrasar cualquier decisión legal, y que las personas negociaran alternativas.
Esta noción de un espacio sagrado como refugio, que se encuentra en todas las culturas, es una extensión de la noción espiritual que dice que hay en cada uno de nosotros un santuario, un lugar sagrado y seguro, que nada ni nadie puede dañar. Hasta las personas que han padecido los traumas más profundos pueden encontrar maneras para acceder a este lugar donde reina una gran paz interior. El maestro de la meditación budista Chogyamn Trungpa habla de un “punto tierno y suave” que se encuentra en lo profundo de cada persona. Es cuando nos conectamos con este elemento original de nuestra vida que encontramos refugio de los malos tiempos. Es un espacio en nuestro interior que podemos acceder en cualquier momento. Por eso, durante estos días difíciles, en la madrugada, antes de que se levante el sol, he desarrollado el hábito de sentarme en el balcón de la casa. Disfruto de un té caliente, observo el movimiento de las hojas de los árboles, escucho el canto de los pájaros, me enfoco en mi respiración lenta. Me confundo con la naturaleza. Me encuentro en paz.