Han pasado seis meses de confinamiento en el que, ya sea de manera obligatoria o voluntaria nos hemos quedado en casa para evitar ser un eslabón más en la cadena de contagios del covid-19.
Parecía mentira cuando a mediados de marzo tuvimos que encerrarnos y reinventarnos en el camino, por temor a ese virus extraño que empezó a ser noticia en enero de este inusual 2020. Recuerdo el último día que fui a la oficina (16 de marzo) en el que todavía no sabía si al día siguiente íbamos a poder ir o no y a las 9:30 de la noche recibí un correo diciendo que mejor nos quedáramos en casa hasta nueva orden. Al día siguiente empezó el teletrabajo en mi vida como en la vida de millones personas alrededor del mundo. El zoom llegó para meterse en nuestra rutina y al parecer, para quedarse por un tiempo largo. “¡Apaga tu micrófono para que no se oiga el ladrido de tu perro!” “¡Ay disculpen, el internet anda medio malo en mi casa!” fueron algunas de las frases que se escuchaban en ese entonces en medio de reuniones muy ejecutivas. Todas virtuales y desde el calor de nuestro hogar. En cuestión de días nuestra casa se ha convertido en nuestra oficina, gimnasio, lugar de reuniones sociales, colegio, universidad iglesia o lugar de culto, etc.
Y tuvo que pasar casi un semestre para recibir esa “nueva orden” de volver a las calles, aunque de manera lenta y estrictamente cuidadosa. Y esa “nueva orden” se da con medidas sanitarias, con mascarillas de diferentes colores y con filtros poderosos, alternándonos para ir a trabajar y con sumo cuidado cada minuto para evitar ser contagiados y a la vez ser agentes de contagio.
Durante este raro semestre me tocó conocer por la pantalla a muchas personas que en los meses pasados se integraron al equipo en el que trabajo. “No sabía que eras tan alto” es una de las expresiones que he usado en estos días donde el zoom vuelve a ser reemplazado por las reuniones cara a cara y donde volvemos a reincorporarnos a las actividades presenciales y seguimos integrándolas con las virtuales.
Mientras tanto a los compañeros más antiguos, después de seis meses le vuelvo a ver la cara, aunque cubierta de la nariz hacia abajo y sin el abrazo propio de un par de amigos o colegas que no se ven desde hace medio año.
Muchos niños vuelven al colegio con todas las medidas preventivas requeridas y solo dos o tres veces por semana. El parque ya no hace parte de sus amenos recreos, pero ellos (o por lo menos casi todos) nos han sorprendido con su capacidad de adaptación. Las misas y cultos admiten pocos feligreses, con inscripciones previas y también con medidas sanitarias especiales. Tareas tan cotidianas como probarse una blusa o un par de zapatos antes de comprarlos parece que son cosa del pasado, todo eso puede aumentar los casos de contagio.
Y así regresamos a una nueva normalidad donde procuramos andar con cuidado y donde celebramos con sobriedad y sin abrazos la alegría de volvernos a ver.