Por David González Escobar
Universidad Eafit
Ing. matemática y economía, semestre 6
davidgonzalezescobar@gmail.com
El simple hecho de hacer un esfuerzo por movilizarse un domingo hacia las urnas podría considerarse paradójico: el costo que implica madrugar, desplazarse, aguantar tumultos y hacer fila para ir a votar podría considerarse mayor al beneficio que esta acción podría traer. Un minúsculo voto, insignificante entre otros cientos de miles, ¿cómo puede ser determinante para beneficiar al candidato que favorezco?
Súmele a esto el peso descalificador de tener que ir a votar contra una encuesta: aquellas profecías escritas en mármol ante las que uno no va a hacer nada distinto a ser un peón dentro de la partida. Con un destino definido: sea inflar al ganador, consolar al perdedor o, peor todavía, servir de “atajador” en el miserable “voto útil”. ¿Para qué?
Mis elecciones de carrera me convierten en un fiel defensor de la estadística inferencial. Por esto mismo, me parece necesario meterle un poco de cizaña a las encuestas en tiempos electorales. Últimamente no siempre aciertan: el plebiscito es un ejemplo claro y reciente.
El tamaño de las muestras, siempre lo más superficialmente criticado, no debería ser un problema mientras represente fielmente la composición de la población votante. Ahora, ¿lo hacen? Es un reto difícil: una población tan socioeconómicamente heterogénea, cuestionablemente estratificada y con tasas de abstención distintas entre estratos y rangos de edades es difícil de reproducir en miniatura.
Los directorios telefónicos, antes una gran fuente de datos poblacionales, han perdido vigencia con la llegada de los teléfonos celulares, entorpeciendo el muestreo cuando las encuestas son telefónicas. Cuando son presenciales, las edificaciones verticales y conjuntos residenciales cerrados presentan impedimentos similares. Sin mencionar que hay varias zonas de la ciudad a las que, si bien llegan las urnas, es tremendamente complicado que lleguen las encuestadoras.
La población mayor está en aumento, y aunque en la edad de la información su opinión no es tan fácil de tantear como la de los jóvenes, ellos igual votan. Y está el “voto enclosetado”: los que no expresan abiertamente sus opiniones por ser políticamente incorrectas, pero que las aplican en las urnas.
Las encuestas deben servir de referencia, de nada más. Si usted, a conciencia, se abstiene de votar, ¿va a dejar la decisión en manos de “inconscientes”? ¿De las clientelas?
Anímese: salga y vote por convicción.
*Taller de Opinión es un proyecto de
El Colombiano, EAFIT, U. de A. y UPB que busca abrir un espacio para la opinión
joven. Las ideas expresadas por los columnistas del Taller de Opinión son libres y de ellas son responsables sus autores. No comprometen el pensamiento editorial de El Colombiano, ni las universidades
e instituciones vinculadas con el proyecto.