Querido Gabriel,
“Ustedes los latinoamericanos, en particular los de los países liberados por Simón Bolívar, siempre están buscando a un hombre fuerte que los salve. Esa herencia de haber nacido como naciones bajo la tutela de un militar blanco, mujeriego y machista los hace confundir poder con liderazgo”, dijo el profesor. Esta frase, escuchada hace quince años, aún retumba en mis oídos. Te invito a hacer una tertulia sobre las elecciones presidenciales, para ponerlas en su justo punto, reconocer su importancia y, al mismo tiempo, admitir que habrá vida y país después del 19 de junio. Hablemos sobre lo que nos corresponde hacer a cada uno para cuidar y fortalecer la democracia desde nuestros espacios familiar, comunitario y organizacional. Los presidentes son importantes, pero no todo puede depender de ellos, no debería.
Alguna vez creí, ahora no estoy tan convencido, que los políticos tomaban las decisiones más importantes en una sociedad. No se trata de menospreciar la política, actividad digna cuando se ejerce desde el amor al prójimo y con suficiente humildad personal. Tampoco de ignorar la relevancia de las acciones u omisiones del Estado que, por su alcance y dimensión, nos implican a todos. Sin embargo, preguntémonos si estamos sobredimensionando e incluso agravando los posibles efectos de la elección presidencial. Algunos dicen que estamos ante un precipio sin fondo; otros sugieren una especie de rabioso “ahora o nunca”. Desde luego que es importante, siempre lo será, la escogencia del líder de una nación, pero no es lo único que importa. Hay retos más allá de las elecciones y somos muchos quienes construimos país por fuera de las rejas de la Casa de Nariño.
El gobierno nacional desarrolla programas e iniciativas clave y administra presupuestos inauditos. Pero aún siendo el árbol más grande del bosque, depende, complementa y se nutre de un ecosistema amplio y diverso. La democracia la sostenemos todos, empresas, universidades, jueces y cortes, entes territoriales, cajas de compensación, cámaras de comercio, organizaciones sociales y personas comprometidas. Cada colombiano es, al menos en potencia, un líder social.
Por supuesto, un presidente destructivo podría hacer mucho daño y uno mediocre nos haría perder potencia y tiempo. La elección importa, debemos acudir a votar; “una democracia puede morir”, como recordó esta semana Jacinda Arden, primera ministra de Nueva Zelanda. Pero aún más crucial es ejercer cada día nuestros derechos y deberes ciudadanos. El impacto negativo del peor presidente será tan amplio como nuestra incapacidad para contenerlo, apoyarlo y orientarlo.
El día después de las elecciones habrá que continuar, sea cual sea el resultado. ¿Fundaremos más empresas?, ¿crearemos instituciones y programas sociales?, ¿caminaremos juntos hacia el futuro? Quizás dejemos algún día de ser un pueblo perdido en busca de un caudillo que lo salve y asumamos, finalmente, la responsabilidad sobre nuestro destino. Ojalá dejemos de ser, más pronto que tarde, como los personajes del Chapulín Colorado y dejemos de preguntarnos quién podrá ayudarnos para empezar a responder cómo podemos ayudar. Debemos entender que nadie vendrá a salvarnos, nos toca a nosotros