Esta última semana de enero hemos asistido estupefactos al inicio del caos en la vacunación mundial contra el covid. Como se sabía desde un principio, la logística implica un reto gigantesco para cualquier país y ni al matemático más avezado le salen las cuentas correctas que conjuguen número de dosis, habitantes y horas del día para aplicarlas, duración del efecto protector, personal de la salud suficiente y calendario.
Después de la ilusión que generó la aparición de las distintas vacunas, la sensación de vulnerabilidad de la gente vuelve a ser la misma que al principio del año pasado. Es como si todo hubiera vuelto a empezar, sólo que ahora se le debe añadir a la ecuación la reproducción de cepas más virulentas y contagiosas que deben ser estudiadas para aprender a combatirlas. Y el costo no se mide en números sino en vidas.
El espectáculo rampante que están dando los laboratorios no sorprende pero sí desanima. Prima el secretismo y la confidencialidad en todos los contratos firmados con cada gobierno, de manera que por ahora los ciudadanos no entendemos nada. Que la Unión Europea no logre hacer valer sus contratos para recibir lo prometido y tenga que invocar poderes excepcionales para intervenir la producción; que se descubra que países como Israel, Emiratos Árabes o Bahrein están pagando cuatro veces más por cada dosis para asegurarse sus pedidos; o que Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido han acaparado tantas unidades que podrían vacunar hasta seis veces su población, son hechos que generan desconcierto y confirman la supremacía del dinero sobre el bien común. Nada nuevo, eso sí.
Mientras tanto, España debe interrumpir su proceso de vacunación por falta de dosis. Francia pide a sus habitantes tranquilidad y paciencia a medida que ve cómo las personas interesadas en vacunarse aumentan un 15 por ciento a pesar del escepticismo inicial tan marcado en ese país. El estado de la Florida se convierte de repente en epicentro del “turismo de las vacunas” al recibir a canadienses y suramericanos que están fletando vuelos para conseguir ser vacunados. Cualquier espectáculo es posible en esta feria del sálvese quien pueda.
En una perfecta consumación de la teoría del caos, sin que prime ya el sutil efecto mariposa y más bien sí la ruidosa caída de las piezas del dominó, los gobiernos de países menos desarrollados tendrán que sobreaguar como buenamente puedan y conformarse con las pocas dosis que por ahora logren recibir. Sólo queda concluir que las personas responsables de la administración de este inmenso proceso mundial de vacunación no están comportándose a la altura de las circunstancias, como sí lo han hecho los científicos sin excepción