Gracias a mi condición de neocampesino en el paisaje quindiano, al volver a pasear a Medellín después de tres meses continuos de afortunada ausencia de la ciudad les doy la razón a los que de buena fe hablan de sus experiencias deplorables en la Villa de la Candelaria. Al llegar en avión al Olaya Herrera, además de las basuras y el desorden, me impresionó ver una grúa remolcando una máquina enorme del Cuerpo de Bomberos por la carrera 65. No pude tomar la foto, pero créanme. Un aparato que debía estar en óptimo estado mecánico, mostrando esa triste imagen de toda una institución hecha para ayudar en emergencias. Y así como que van en acelerado descaecimiento muchos servicios y obras tradicionales que funcionaban con precisión y eficiencia. Ojalá el Jardín Botánico alcance a resarcir las pérdidas por el disparate de la alcaldía, corregido, por fortuna, la semana pasada.
De toda la cadena de barrabasadas cometidas por la desadministración actual no es necesario volver a hacer una lista. ¿Qué tal lo del permiso para violar el pico y placa? Es elemental concluir que la revocación del mandato es un recurso legal y ético, aunque los enredos de la tramitomanía sigan aplazándolo. El alcalde, precipitado para hablar, declaró muerta la revocatoria. Por lo menos, ha seguido dilatándose. Pero no creo que ese tiempo extra haya servido para que mejore un poco la percepción que se tiene de él. Al contrario, la acentúa y se amplía el malestar de la gente. Incluso en el supuesto de que no puedan revocarlo, tal vez ya no haya piedra que lo ataje, como cuando alguien va rodando cuesta abajo y para atrás. ¿Y entonces qué pasará? ¿Habrá que aguantar que el tiempo cancele un mandato cuya legitimidad actual y real se ha deteriorado y no tenga lógica invocar la llamada voluntad general porque se comprueba en el referendo diario de la opinión pública una pérdida de confiabilidad y credibilidad de la autoridad que nunca antes, al menos en lo que llevo como medellinense, había sido tan alarmante y patética?
A ninguna ciudad, más todavía una ciudad global como esta, puede convenirle un alcalde de las características del señor Quintero. Sobre todo, un sembrador de discordias, además de otros errores y problemas de comportamiento que lo invalidan y no encajan en un mínimo perfil. Que le han restado la auténtica legitimidad. Sí, ganó su elección con una mayoría muy suficiente. Pero la legitimidad verdadera de un funcionario escogido por elección popular no es imprescriptible. Prescribe, se extingue, cuando en el sentimiento y las expresiones de los ciudadanos hayan desaparecido los factores de confianza. Han sido tantos los disparates, embustes y faltas de coherencia que si hubiera sido de libre nombramiento y remoción ya estaría lejos del despacho y hasta fundando otro partido, del tomate, de la guanábana, de la cebolla, de la chirimoya... ¿Pero mientras tanto qué suerte le espera a Medellín, qué trágico destino tiene señalado?