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Canciones del barro y del barrio

  • Canciones del barro y del barrio
01 de enero de 1900
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Canciones del barro y del barrioPor
Juan José Hoyos

La tarde del domingo 28 de julio de 1991, él estaba vestido de blanco, rodeado por la gente que asistía a la Feria Ganadera de Tulúa, en el Valle del Cauca. Había acabado de fumarse un cigarrillo. Se hallaba en la tarima, con un micrófono en la mano, esperando los primeros acordes de las guitarras para hacer lo mismo que había hecho durante más de medio siglo: cantar. La gente rompió en aplausos cuando su voz de terciopelo entonó los primeros versos de "Tu duda y la mía":

Si es verdad lo que me dices / que tu amor tan sólo es mío / no comprendo por qué tardas / en unirte junto a mí? / O es que alguna duda tienes / o quizás ya no me quieres / puede ser que otros quereres / te hagan proceder así?

En mitad de la canción, el hombre de blanco se desplomó sobre el escenario. Los médicos dijeron que murió de un ataque al corazón. Se llamaba Olimpo Cárdenas y había nacido en Ecuador. Igual que el autor de la canción que él cantaba, el maestro Julio César Villafuerte. "Tu duda y la mía" hizo famoso a Cárdenas en Colombia, cuando llegó a nuestro país en la década de los cincuenta. Con los ochenta pesos que le pagaron por ella en Discos Victoria compró su primer vestido Everfit. Luego, la misma canción lo dio a conocer en América. Años después se presentó en el Manhattan Center de Nueva York y en el Teatro Blanquita, de México, y cantó con el mismo gusto en casas de citas, con luces y cortinas rojas. Así lo cuenta Humberto Vinasco Rojas, en una bella crónica sobre su vida. Eran los años en los que los cronistas judiciales atribuían a las canciones de Olimpo muchos suicidios, como es el caso de "Volver", de Gardel. Vinasco recuerda un titular de un diario de esa época: "Lo mató Olimpo Cárdenas". A lo que el cantante respondió a los periodistas: "Si por mi culpa se suicidan tantos, y esto lo castiga la ley, yo tendría más cárcel que si hubiera asesinado siete obispos".

Olimpo Cárdenas y el maestro Julio César Villafuerte pertenecen a una generación portentosa de músicos de Ecuador como los cantantes Lucho Bowen y Julio Jaramillo, y los compositores Nicasio Safabi, Francisco Paredes Herrera, Carlos Solís Morán, Carlos Brito, Miguel Angel Casares, El pollito Enrique Ibáñez Moran... Todos ellos eran pasilleros a morir. No hacían un bolero porque sentían que era prohibido componer ritmos distintos al sanjuanito, al pasillo, al yaraví, música heredada de sus ancestros incas. De esta generación, la gente de Iberoamérica conoció más a los cantantes. Pero detrás de ellos están siempre los compositores que -como decía Gustave Flaubert hablando de los buenos escritores-, como Dios, están detrás de todo, pero nadie los ve. Estos músicos supieron contar y cantar como casi nadie -tal vez con la excepción del tango y sus poetas- el dolor de los campesinos y los obreros que se volcaron a las ciudades latinoamericanas a partir de los años cincuenta, buscando cómo ganarse la vida. Miles, millones de expulsados por la violencia, por la pérdida de sus tierras, por el hambre. Y a las ciudades llegaron a poblar las laderas, a invadir terrenos baldíos, a levantar ranchos de madera y techos de lata? Muchas de esas vidas acabaron, como dice Daniel Santos, en los tres lugares donde acaban las vidas de los pobres: en los hospitales, las cárceles y los cementerios.

El maestro Julio César Villafuerte, el autor de "Tu duda y la mía", "Arrepentida", "Mi dulce amor" y muchas canciones más, es uno de los más singulares músicos ecuatorianos de esa generación que vino a parar a nuestro país. Llegó a Colombia en 1951, viajando directamente de Quito a Medellín, contratado por Pablo Emilio Becerra, el director del programa "La Hora Coltejer", que se transmitía por La Voz de Antioquia.

El maestro Villafuerte es un hombre de pelo blanco, manos gruesas y voz suave, aunque muy varonil. Parece un sacerdote Inca del Imperio de Atahualpa. Debe tener unos sesenta y punta de años. Usa gafas verdes, tal vez por tratar de esconder la pena de la muerte de su hija Sandra América Villafuerte Vélez. A él le cuesta hablar de eso: "La muerte de un hijo hiere, es un puñal que lacera el alma. Pero luego el dolor se levanta de sus lágrimas para darte un abrazo? y las lágrimas se esfuman, aunque el dolor del alma sigue por dentro. Es el dolor de la vida, que tiene más lágrimas que sonrisas", dice, con la voz apagada.

Él nació en Jipijapa, provincia de Manabí. Es el penúltimo de una familia de siete hermanos. Después de la muerte de su padre se tuvo que ir a Guayaquil. Tenía que sostener a su familia. Trabajó en un programa radial: "El Álbum de los Recuerdos", en Radio América. Allí conoció a Lucho Bowen en un programa para cantantes aficionados, a fines de la década del cuarenta. Los dos eran de la costa sur. Grabó su primer disco a los 14 años. Luego se unieron y se volvieron famosos cantando. Se llamaban Bowen y Villafuerte y grabaron "Tu duda y la mía" y "Corazón prisionero". Por esa y otras canciones llegaron a Colombia, a "La Hora Coltejer". El contrato era por 15 días pero se los alargaron. Luego el maestro fue contratado por La Voz de Medellín. Y aquí se casó y aquí tuvo sus hijos y sus nietos. Mientras tanto sus canciones se fueron regando por el mundo. La que yo sigo prefiriendo es la primera: "Tu duda y la mía". Así la cantaban los camajanes de Aranjuez y los ex presidiarios del Quinto Patio de la Cárcel de La Ladera a sus novias, que eran las putas:

Si es que no quieres más vivir conmigo / desbaratemos esta puta cama / y devolveme los cincuenta pesos / que te pagué por toda la semana.

Es música con olor al ACPM de los tractores abriendo calles, con la voz de Olimpo Cárdenas al fondo en los altoparlantes de las carpas de la Acción Comunal. Y en el aire, el olor a empanadas y a domingo triste por la tarde. Música de gente pobre que venía del campo, echada por la violencia partidista, a tratar de abrirse camino en la ciudad.

La música del maestro Villafuerte, de Lucho Bowen, de Olimpo Cárdenas y de Julio Jaramillo acompañó a esa generación de colombianos como yo, como mucha gente, en esos barrios. Al son de esa música la gente armaba los ranchos como podía en las invasiones: La segunda fundación de Medellín, como la llama Alonso Salazar. Se pagaban veinte centavos por cada canción dedicada a las novias por el altoparlante: "De Carlos para Martha Cecilia". Era música de las carpas, pero también del billar, de la cantina, de la calle, del barro. Música del barrio.

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