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Las cifras son preocupantes. En las pruebas Pisa realizadas en 2013 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, en 65 países, para medir los conocimientos de los jóvenes entre 15 y 16 años de edad en lenguaje, matemáticas y ciencias, Colombia ocupó el puesto 62, superando sólo tres países y descendiendo 10 puestos respecto la misma prueba realizada en el 2006.
Más desalentadores son los resultados que acaba de arrojar el test realizado para medir la capacidad de los jóvenes de 15 años para resolver problemas sacados de situaciones diarias con el fin de medir las aptitudes que emplearían ante dificultades reales. Un total de 85.000 estudiantes de 44 países respondieron el cuestionario presentado por la OCDE.
En esta prueba Pisa se destacaron los países cuyo principal desafío es la innovación: Singapur ocupó el primer puesto con 562 puntos, Corea el segundo con 561, Japón el tercero con 552 y la China, los siguientes con alrededor de 540 (Macao-China, Hong Kong-China, Shangai-China y China-Taipei), Canadá obtuvo el octavo puesto con 526, Australia y Finlandia el noveno y décimo con 523. Colombia ocupó el último puesto (44) con sólo 399 puntos. Ambas pruebas mostraron que existen graves fallas conceptuales y metodológicas en el sistema educativo colombiano.
John Dewey, en "Democracia y Educación", hace dos importantes señalamientos que pueden explicar nuestra situación. Dice: "el problema central de los métodos educativos convencionales es la pasividad que engendran en los alumnos. Las escuelas son tratadas como espacios para escuchar y absorber, pero nunca se prioriza el análisis, la indagación y la resolución de problemas". Y al proponer una educación orientada hacia la ciudadanía mundial, afirma: "Por ejemplo, para enseñar la historia y la geografía, hay que aplicar métodos que promuevan una confrontación adecuada con los problemas prácticos de la actualidad".
Nuestra educación, a nivel de secundaria y aún en algunos grados de universidad, continúa desarrollándose sobre una metodología pasiva en la cual el papel principal del estudiante consiste en ser receptor de la información que suministra el docente, en la mayor parte de los casos con el propósito de que posteriormente sea memorizada y repetida, sin mayor preocupación por buscar una expresión activa a través de un lenguaje que logre encontrar soluciones prácticas para introducir importantes modificaciones en el mundo de la ciencia, la vida, la política y la sociedad. Hay que modificar el sistema de aprender para repetir por el de aprender para innovar. El estudiante debe descubrir sus propias herramientas de desarrollo y de cambio. La discusión no es sencilla, pero los resultados muestran que van adelante aquellas sociedades en las cuales aprender a innovar se convirtió en un deber de subsistencia.
El cambio radical del modelo, de golpe ya iniciado por algunas instituciones públicas y privadas, exige de todas maneras una clara política de Estado al respecto, pues la educación debe dejar de ser tratada como una necesidad marginal para convertirse en un desafío de principio.