Las migraciones de personas han determinado el porvenir de muchas sociedades a lo largo de la historia. Estados Unidos construyó su poder económico, su dinamismo social y su liderazgo mundial a través de la recepción de grandes cantidades de inmigrantes de todas partes del planeta.
De igual manera, Australia, Singapur y recientemente Canadá, han utilizado los flujos de inmigrantes para impulsar sus economías y soportar su crecimiento. Para esto, los últimos tres han diseñado leyes y políticas que puedan atraer a lo mejor de la población mundial.
Colombia no es ajena a estos beneficios. Incluso los incipientes flujos de extranjeros han constituido en diferentes momentos de la historia nacional, un antes y un después dentro de gremios, tendencias y adelantos sociales y productivos. Los cultivos de caña de azúcar y el desarrollo agrícola en el Valle del Cauca recibieron un gran impulso en la inmigración japonesa en la región, al igual que los sirio-libaneses en el Caribe y su influencia sobre el comercio.
Los alemanes ayudaron al desarrollo cafetero en Santander y a la ganadería, el transporte fluvial y el tabaco en la Costa Atlántica, además de apoyar el inicio de la aviación en el país. Y si esto lo hicieron algunos cientos de personas ¿qué podría lograr un gran flujo migratorio?
Sin embargo, Colombia ha mantenido, casi desde su nacimiento, una extraña mezcla de escepticismo e inseguridad respecto a los posibles inmigrantes. Por un lado, los recibimos con frialdad y trabas burocráticas; y por el otro, estamos convencidos que nuestro país no es un lugar atractivo para ningún migrante.
Según la OIM, la población extranjera en Colombia para 2010 era de apenas el 0.2 por ciento del total, una reducción respecto al también bajo 0.3 de los últimos quince años. Así pues, Colombia no solo cuenta con una pequeña población de extranjeros dentro de sus fronteras, sino que ésta es cada vez menor respecto al total de los nacionales.
En la actualidad, la ciudadanía colombiana, por irónico que pueda parecernos, puede ser más difícil de conseguir que la estadounidense o la española. Cada ciudadanía que entrega Colombia es un acontecimiento.
En este preciso momento, por ejemplo, hay una gran cantidad de ciudadanos venezolanos que han huido de la inestabilidad y arbitrariedades del gobierno vecino y han venido a Colombia. Muchos de estos venezolanos cuentan con capitales importantes, que bien podríamos buscar que invirtieran acá, aunque los beneficios de los migrantes no están necesariamente en el dinero que traigan, por mucho que éste sea, sino en ellos mismos; en su esencia como hombres nuevos en un país ajeno.
Los inmigrantes son un elemento que dinamiza a las sociedades y economías a las que llegan. Colombia podría beneficiarse muchísimo con políticas migratorias menos restrictivas, es más, debería procurar idear incentivos para atraer el capital social que pueda proveerla de la innovación y el espíritu de emprendimiento inherentes a las inmigraciones.