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El sur de Italia, acosado por un pasado tenebroso y asociado en la cultura popular como la cuna de la mafia moderna, se sacude, poco a poco, con esfuerzos y sacrificios silenciosos, de las garras de los criminales. Colombia, y en especial Medellín, bien podrían aprender algunas lecciones del movimiento civil que ha llevado a la cuna de los mafiosos a enfrentarlos por primera vez en muchos años.
En Palermo, la ciudad más violenta de la peligrosa Sicilia, se ha estado gestando desde hace algunos años un movimiento colectivo en contra del pizzo, el chantaje o extorsión que los mafiosos locales cobran a los negocios y comercios.
Inspirados en un viejo y valiente industrial que en 1991 fue asesinado luego de declararles la guerra a las extorsiones de la mafia y negarse públicamente a pagarlas, el movimiento Addio pizzo (Adiós al chantaje), inició sus actividades con una impetuosa protesta juvenil. En la madrugada del 29 de junio de 2004, siete jóvenes de Palermo recorrieron la ciudad pegando calcomanías con la leyenda "Una sociedad que paga extorsión no tiene dignidad".
El movimiento unió a los empresarios, los medios de comunicación y los ciudadanos de Palermo en una enorme campaña en contra de la pizzo.
Cientos de empresarios empezaron a unirse, dejando de pagar sobornos y usando una especie de certificación en sus negocios y productos. Los medios dieron espacio y cobertura a los impulsores y presionaron, junto a los ciudadanos, para que la policía y los jueces atendieran toda denuncia y amenaza a quienes no pagaban la extorsión.
En la misma dirección, el pequeño pueblo de Lamezia Terme, en Calabria, organiza todos los años exposiciones artísticas y eventos académicos para discutir los efectos de la mafia sobre la sociedad italiana. La fotografía, los coloquios y los foros de discusión, en fin, el arte y la academia, se han convertido en excelentes escenarios para enfrentar la amenaza mafiosa y recordar a sus víctimas.
La mafia se nutre de la desconfianza general e institucional, de que no creamos en las autoridades ni en nuestros conciudadanos. Pero también del silencio, de la inactividad y el miedo. Cuando una sociedad se resigna a su suerte, a que la extorsionen, intimiden y abusen sin respuesta, las estructuras mafiosas se acomodan y perpetúan.
Lo que los italianos nos enseñan es que a la hora de plantar cara a los mafiosos, la responsabilidad no es solo de las autoridades. Sin nuestro apoyo y acción colectiva, el crimen se seguirá tragando nuestro futuro.