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CUANDO LA RELIGIÓN CUESTA

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13 de mayo de 2013
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La vida de la Madre Laura Montoya fue ejemplar y de virtudes heroicas. Mejoró la existencia de los indígenas embera y la de cientos de campesinos que tuvieron el privilegio de conocerla.

Una mujer que repartió bienestar e hizo quedar bien el nombre de Dios por donde pisó. Ahora bien, para lograr su canonización se requirió "probar" la realización de dos de sus milagros.

Ahí viene el primer problema.

La labor de la Madre Laura fue lo suficientemente importante para la vida de la gente con la que trabajó, como para tener que añadirle la imprecisión engañosa que curó dos casos de cáncer terminal por medio de los rezos. Esos son los milagros que le adjudican.

Las enfermedades no se curan rezando. Ninguna. Y menos el cáncer. El único tratamiento para los males de la salud consiste en la medicina y los avances de la ciencia. No en las oraciones.

De lo contrario habría una correlación estadística entre los enfermos terminales que rezan y se salvan, o, por el contrario, los que mueren por no tener fe. Pero no la hay.

La realidad es que se sobrevive a una enfermedad de esas gracias a los tratamientos médicos y los avances de la ciencia, se rece o no. Tratar de decir lo contrario, o convencer a alguien de que se puede mejorar sólo con la fe, o promover que sus feligreses manejen este tipo de situaciones únicamente desde las suplicas, es expandir la ignorancia.

Los milagros de personas como la Madre Laura se vieron todos los días en las sonrisas de la gente que ayudó y la mejoría en la vida de los campesinos a su alrededor. Eso la hizo una santa en vida, de carne y hueso, para cualquier religión.

Nada más.

El otro problema es la separación no existente entre la política y la fe.

¿Qué hacía el Presidente Santos en la canonización? ¿Era necesario movilizar una delegación oficial de 60 personas, donde se encontraba toda la familia del mandatario, para asistir al Vaticano?

Ese mismo día también se canonizó a una mujer mexicana y a 813 italianos. De México asistieron tres representantes oficiales y de Italia una persona por el gobierno de ese país.

Ni siquiera, cuando el Papa Juan Pablo II canonizó a 24 mexicanos en mayo de 2000, se contó con una comitiva del tamaño de la colombiana, ni el Presidente del momento, Ernesto Zedillo, asistió al evento.

Eso no quiere decir que Colombia tenía que hacer lo mismo, pero genera una medida de proporción y una útil referencia de comparación.

Sobre todo porque la Constitución determina que somos un Estado Laico. Por eso los funcionarios que asistieron, ya sea el Jefe de Estado, el presidente de la Cámara de Representantes u otros como el Procurador y su esposa, tenían toda la libertad de acudir a este acto religioso conforme a sus legítimas creencias individuales, pero no hay ninguna razón para que esto sea con recursos del erario. Ninguna.

Pagar esto con los impuestos de los colombianos es privilegiar un dogma sobre los demás, y desconocer la neutralidad que el Estado debe tener frente al pluralismo religioso establecido por la ley. Errado.

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