Las paredes están forradas en papel craft, pero la sala no es una caja de cartón que alberga unas obras de Débora Arango. Es una sala algo oscura en general, con la luz mirando a lo que tiene que mirar: a las obras que están arriba, casi en el techo, y a las obras que están abajo, casi a la altura de alguien de estatura mediana. Lo que pasa es que el papel craft y el café pasan desapercibidos: pareciera, en cambio, que las obras no estuvieran pegadas, sino que sobre-salen de las paredes.
“Como la va a ver aquí, no la a ver nunca”, dice desprevenido Óscar Roldán, el curador de la muestra y del Museo de Arte Moderno de Medellín (Mamm), mientras camina hacia al centro de la exposición Sociales. Débora llega hoy. Son cincuenta obras, de esa gran colección que tiene el Mamm, expuestas en una de las salas temporales del Museo Nacional, en Bogotá. Primera vez que se ve a Débora en el Museo Nacional. “Para nosotros –añade Juliana Restrepo, directora del Mamm- es de gran importancia, porque el museo nacional es la institución museal más grande del país, que de alguna manera nosotros sentimos que nos representa”.
La muestra es un compendio de varias cosas, si bien el eje principal son las obras. Y es producto de una investigación de unos tres años, hecha por Roldán, en la que no solo estudió a la artista, sino que tomó, con respeto, ejercicios de curadurías anteriores.
La exhibición se centra en dos décadas: de finales de los años 30 a finales de los años cincuenta. Periodo que es donde la producción de Débora, tanto en calidad como en cantidad, es la más grande. Así que la exposición nace con una preocupación fundamental, según el curador: “entender que Débora no ha sido vista realmente, porque aún hoy se sigue hablando de ella como la artista de los vetos: como la pequeña dama terrible de su momento”. No era su estética la que se miraba, sino los temas, el comportamiento del personaje, con una gruesa capa de juicios morales.
“Lo que ya ella había dicho en los 40, toma casi medio siglo para que sea visto. Es decir, pasa de ser una artista de ficción a ser una artista de realidad, 50 años después de haberlo dicho y eso es lo determinante. Eso es lo que está en la investigación”, comenta Roldán.
El nombre de Sociales se mira desde dos maneras. La social, que pone a mirar hacia al techo, a doler la nuca, a mirar el estrato: están los retratos de las amigas, de las familiares cercanas. Y está lo social: la realidad compleja de Colombia, en esa dimensión de la artista. Se ve entonces a una Débora que se metió en lo público, en lo privado, en lo íntimo. Y, por supuesto, en el arte.
De ahí una de las conclusiones: Ella se movió dentro de lo figurativo y desde ahí abarcó las cuatro temáticas de la representación figurativa: el desnudo, el retrato, el paisaje y el bodegón o naturaleza muerta. “Cuando uno analiza una obra como Montañas –cuenta el curador-, podríamos decir que la obra de Débora es un retrato al desnudo del paisaje social colombiano vuelto naturaleza muerta. Es ver que es un retrato, primera técnica, al desnudo segunda técnica, del paisaje, tercera técnica, social colombiano vuelto naturaleza muerta, cuarta técnica. Es decir, ella se preocupó por navegar de una manera armónica por toda la lógica representacional del arte moderno y lo logra concretar en cada pieza”.
En la puerta, una Débora en blanco y negro que saluda. Luego, ella hecha pintura. Obras que se han visto en Medellín, en diferente orden y contando otras historias. Mirando a la artista diferente. Cuadros arriba y abajo, textos abajo, textos al lado. Un video en la mitad. Color en todas las obras. Una paleta ocre que rige todas las obras, casi, y que resaltan en ese café del craft. Al final, La despedida. Esa Débora que pareciera quererlo hacer llorar y esa canción de Javier Solís que suena de fondo: El adiós del soldado: “Dijo un soldado al pie de una ventana:/
me voy, me voy pero no llores ángel mío/ que volveré mañana”.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6