"La mirada es un producto de la historia reproducida por la educación" (Pierre Bourdieu).
"¡Es tan distinguida…", solían exclamar antaño en la calle, cuando pasaba una dama que se destacaba sobre las demás por su elegancia. Más que la "cuna" o el dinero, la "distinción" señalaba una actitud de dignidad.
La "distinción" ha tenido íconos inmortales. Cómo olvidar la imagen en blanco y negro de Greta, y su garbo, seduciendo con un cigarro encendido. O la cándida hermosura de Doris Gil Santamaría.
Todavía es común escuchar entre los campesinos (y quienes conservan cercanía con lo rural), la bellísima expresión "yo la distingo", para decir "yo reconozco (por sus rasgos físicos o comportamiento) a esa persona".
Nuestro cuerpo comunica: creamos identidad a partir del modo como nos vemos y actuamos; entre otras razones, porque buscamos mostrar nuestra pertenencia a un grupo o, por el contrario, establecer diferencias.
Entonces adoptamos signos para ser "distinguidos". Por ejemplo: objetos que se convierten en símbolos, bien estudiados por las ciencias sociales.
El problema es que las cosas no otorgan "distinción" por sí mismas. La "distinción" está en el modo en que se usan. De ahí surgen algunos interrogantes: ¿cómo es que un muchacho imberbe es dueño de un Audi deportivo?, ¿cómo consigue una adolescente una cartera original Louis Vuitton?
Lo importante no es si la gente usa o no esos objetos para ser "distinguida". Lo inquietante es ¿qué quiere comunicar?
Sería simplista concluir que busca mostrar poder.
La "distinción" comienza desde la infancia con una pregunta sencilla: ¿A quién me quiero parecer?, y evoluciona hasta llegar a la cuestión crucial: a quién no me quiero parecer.
La lista de signos externos también incluye la compañía que uno elige.
Desde mediados de los ochenta, ya se evidenciaba que los traquetos no estaban satisfechos con tener mujeres bonitas (sí, "tener", como una cosa más): las querían "estudiadas". Así empezó su cacería en las universidades. Pero como educación y formación no son siempre sinónimos, trastocaron el sentido dignificante de la "distinción".
Desde entonces, muchas estudiantes (con un futuro prometedor) han terminado como lo hemos leído una y otra vez en los tabloides amarillistas y las noticias judiciales.
¿Ambición?, ¿ingenuidad?, ¿ellas deciden su suerte?, ¿las obligan?, ¿cómo asimilan la información recibida de su familia, del barrio, del colegio, de los medios?, ¿son acaso la manifestación extrema de la "cultura del atajo" y la sociedad de consumo?
Amarran sus vidas al prejuicio social son "distinguidas" por sus cuerpos intervenidos y gustos costosos y, lo peor, se exponen a un destino trágico.
Imposible dimensionar el dolor de sus familias.
El que sólo tiene plata, sólo por ella puede ser "distinguido". Y eso no es un halago.
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