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EDUCACIÓN DE CALIDAD

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09 de octubre de 2014
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Esta semana se está realizando en Medellín el 4° Congreso Iberoamericano de Calidad Educativa. Es una excelente oportunidad para reactivar los buenos propósitos que desde años atrás venimos esgrimiendo.

En esa pretensión no es suficiente enrollarnos en causas que requieren grandes inversiones, pero no van al fondo. Es un error, por ejemplo, pensar que mejores resultados en pruebas Saber o Pisa nos llevarán a un mejor nivel educativo. Esa prioridad, más que tabla de salvación, es un factor que distrae las verdaderas razones que estancan los procesos de calidad. Los altos puntajes en pruebas externas podrían ser un resultado, pero, de ninguna manera, un objetivo.

Aumentar las horas de escolaridad es decisivo. Pero más importante es darle sentido a la permanencia en la escuela, conseguir que esa experiencia sea atractiva para los estudiantes, que sientan que estar allí trae resultados positivos para su crecimiento personal. En solo Medellín, cerca de diez mil estudiantes abandonan las aulas cada año.

Tampoco es plena garantía para este propósito la formación académica de los docentes. Muchos hemos contado en nuestras etapas de formación con maestros que no tenían destacado currículum profesional, pero sentíamos como verdaderos formadores. El título es muchas veces un traje.

En las posibilidades de obtener una excelente calidad de educación juegan, por supuesto, importante papel la infraestructura de las instituciones educativas, los recursos didácticos, los contenidos curriculares, la capacitación de los maestros, la corresponsabilidad de los acudientes y, posiblemente, el número de horas de escolaridad, pero, más que esto, una cultura de país que dé estatus a los sistemas de aprendizaje, y entienda la importancia de promover los procesos de formación, no solo desde la escuela, sino también desde la casa y la sociedad, una cultura que defienda la escuela como mojón capaz de producir cualquier tipo de progreso.

Esa cultura nos permitirá parir ciudadanos solidarios, emprendedores, multiculturales, ciudadanos aptos para analizar de forma responsable lo que sucede en su entorno, con capacidad para proponer nuevas alternativas, y no solo para ejercer disenso irracional. Los avances científicos, progreso industrial y comercial, vendrán por añadidura. Lo fundamental es formar ciudadanos íntegros. Ese es el mayor reto de una pretendida educación de calidad.

Desde la promulgación de la Ley General de Educación -1994-, el proyecto inicial de cada ministro o ministra nos ha vendido la ilusión de arañar ese nuevo sentido para la educación, pero no ha llegado el momento de sellar compromisos sólidos en ese propósito. El reconocimiento de la dignidad de los maestros, por ejemplo, se ha quedado a mitad del camino. Colciencias sigue siendo la cenicienta del presupuesto nacional, y estamos en los niveles más bajos en apoyo a la investigación y a la formación de maestrías y doctorados.

Alcanzar la calidad educativa es una utopía posible, fortaleciendo procesos de formación ciudadana que nos conducirían a escenarios favorables para alcanzar otra utopía: la paz.

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