Lo único positivo que se desprende del sórdido reportaje "Llegaré hasta el fin. Mato o caigo", del periodista español Pablo de Llano , publicado el domingo pasado en El País de Madrid (el diario más importante y leído de habla hispana), es que, gracias a las encolerizas reacciones que, con justa razón, ha generado en todas las jerarquías locales, el tema de la violencia en Medellín vuelve a ocupar las primeras planas y es objeto de profundas reflexiones que ojalá aporten soluciones.
El escrito del señor De Llano, ciertamente, no va más allá de ese periodismo barato, que por cierto es el que más caro se vende.
Él, otro aventurero de la prensa española, que vino a recoger fragmentos de nuestra desgracia, del mismo modo que ya lo han hecho otros de sus compatriotas (los de Los baby sicarios, El cartel de las prepago de Cali, etc.), para fabricar una historia sensacionalista.
Sí, porque esas narraciones morbosas adornadas con escalofriantes fotografías, esas verdades contadas a medias y presentadas fuera de contexto que, además, no muestran antecedentes ni tampoco señalan proyecciones y consecuencias, no son más que eso, sensacionalismo.
Duele que estos señores vengan a estas lejanas tierras en busca del sombrío material, cuando a pocas cuadras de sus escritorios (12 minutos del centro de Madrid), tienen materia prima suficiente para elaborar sus macabras historias.
¿Por qué exponer nuestra miseria, teniendo la propia tan cerca?
En La Cañada Real Galiana, un asentamiento casi todo ilegal (de invasión), de 15 kilómetros de extensión en el que viven alrededor de 10.000 personas (barrios El Gallinero y Valdemingómez), sin servicios públicos y en la más absoluta pobreza (tugurios), conviven gitanos, inmigrantes de varias nacionalidades, vagos, narcotraficantes (de cocaína, heroína y hachís), bandas de delincuentes, sicarios, ladrones de cobre, atracadores, vendedores de armas, jaladores de carros, etc.
¡Sí, miseria y violencia tercermundistas en el primer mundo!
Ahora bien, más allá del daño y del natural malestar que nos producen la mala prensa y las críticas, desde luego, nada constructivas, tenemos que reconocer que por más esfuerzos que se han hecho, en esta y en pasadas administraciones y, a pesar de las grandes transformaciones de que han sido objeto las zonas más deprimidas y necesitadas de la ciudad (innovadores sistemas de transporte público, parques bibliotecas, colegios, guarderías comunitarias, etc.), Medellín sigue siendo una ciudad muy injusta y violenta.
Hay que seguir trabajando, tal vez con mucho más empeño, para conseguir una mejor ciudad, más equitativa y más amable para todos.
Todavía es mucho lo que nos queda por hacer, puesto que no se ha conseguido que todos, o en su defecto, la mayoría de los ciudadanos más necesitados, estén incluidos en esos procesos evolutivos, como tampoco, se ha conseguido controlar a los miles de delincuentes.
Mientras haya tanta pobreza absoluta; mientras existan zonas con fronteras invisibles impuestas por bandas o "combos" delincuenciales (de diferentes pelambres), que si son traspasadas cuestan la vida; mientras haya lugares de la ciudad donde las balaceras son el pan de cada día; mientras haya sitios donde los medios de transporte y los negocios vivan sometidos a la extorsión, etc., es porque la ciudad está enferma y debe ser intervenida con el mayor rigor y desde todos los frentes: social, económico y policial.
Aunque de manera improcedente y dolorosa, creo que el señor De Llano puso el dedo en la llaga.
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