Su altura sobre el nivel del mar, la baja temperatura y abundancia de sus aguas, todo arropado en un paisaje bucólico, conjugan condiciones para hacer de este rincón del Norte un lugar propicio para el cultivo de las truchas y para ser visitado.
La estrecha vía de entrada obliga a transitar sin afanes, pero permite disfrutar del verdor del entorno, poblado de hatos lecheros que recogen las vacas al final de las tardes para un segundo ordeño.
La misma vía es todo un mirador para apreciar el cuadro que ofrecen el ganado, las coloridas casas campestres, ajenas a toda ostentación y bordeadas por el lecho del río Chico.
A casi una hora del pueblo está la vereda La Amoladora, un remanso verde que, en medio de un pequeño hato, abre espacio a un montaje truchícola.
Jader Zapata, uno de los trabajadores que cuidan el cultivo, cuenta que el montaje tiene cuatro años, porque antes existía una estructura más artesanal, con charcos en tierra, que se transformaron en estanques de cemento.
Es toda una galería de estanques que comprende los dos más grandes para alevinos, con un techo rudimentario que los protege del sol y de la lluvia.
Según su crecimiento, pasan a otro sitio para alevinos y juveniles, hasta llegar al de adultos, establecido para el engorde de los peces.
Aquí hay buen rendimiento y sus promotores consideran que uno de los secretos es trabajar con ovas americanas ya crecidas (de tres centímetros), que traen a las granjas de reproducción, las cuales dan mejor rendimiento.
La jornada de Jader y de sus compañeros transcurre en el cuidado de alevinos, que los obligan a echarles comida entre seis y ocho veces al día, a limpiar cedazos, clasificar los animales para moverlos de lugar, en fin. Pero aquellos coinciden en que el mayor trabajo es estar pendientes del agua para que no llegue a los estanques con basura ni con sedimentos.
Nace en las alturas
Ese caudal helado viene de la quebrada La Amoladora, que hace parte del sistema de páramos y bosques alto-andinos del Noroccidente Medio de Antioquia.
En inviernos intensos como el actual, el cuidado tiene que ser mayor porque, muchas veces, el agua llega turbia y los peces más pequeños se mueren.
Para que el animal alcance el tamaño y peso necesarios para el consumo, requiere unos siete meses, aunque esto depende del buen cuidado y de un espacio donde no esté en hacinamiento.
Esta truchera está en condiciones de producir una tonelada al mes, pero por las condiciones del mercado hoy saca unos 300 mil kilos, porque la siembra de alevinos no es constante.
Como la de La Amoladora, en los campos belmireños se repiten muchas empresas de pequeños productores que, tras más de dos décadas de esfuerzos independientes, se agremiaron en la Asociación de Truchicultores de Belmira (Asotrubel), que hoy les marca el norte.
La Asociación nació hace cuatro años y hoy tiene 27 asociados establecidos en 11 veredas, donde están asentadas 15 unidades productivas.
Cristina Suárez Marín, vocera de la cooperativa, cuenta que la operación de Asotrubel es similar a la de una cooperativa: les financia insumos para que los paguen en tiempos de "cosecha", y funciona como centro de acopio con una cava con capacidad para almacenar cuatro toneladas.
Aunque los precios están expuestos al vaivén del mercado, Asotrubel les garantiza la comercialización y les ofrece los insumos a precios más bajos. Las cifras respaldan el trabajo de los agremiados, pues el año pasado vendieron 21 toneladas de trucha, de las cuales el 5 por ciento se quedó en la zona, en tanto que el resto lo absorbió el consumo regional.
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