Un adolescente conduce en una vía congestionada. A su lado, el papá le ordena: 'frene, adelántese, coja este carril'. Él no modula, sólo obedece. El padre le indica que voltee a la izquierda, donde los carros vienen en dirección opuesta. Al muchacho se le desorbitan los ojos del pánico, y el padre lo tranquiliza: "No te preocupes, hijo, son todos ellos los que vienen en contravía".
Con ese video, el sitio edge.co.uk invita a prepararse en centros de enseñanza vocacional, a la "Revolución". Al rechazo de la universidad. Esos portales (de todas las latitudes) que pululan en Internet presentan tentadoras ofertas laborales, foros, y artículos con cifras sobre el abandono escolar y los costos de la educación.
Es que el regreso de vacaciones viene con una amarga noticia: la deserción. ¿Recesión?, ¿los adolescentes quieren 'huir del molde'?, ¿indecisión o pereza?, ¿es imposible sostener la carga académica con la económica?, ¿es culpa de los docentes y sistemas evaluativos?
Hace pocas semanas, el Centro de Estudios sobre Desarrollo Económico (Cede) de la Universidad de los Andes y el Ministerio de Educación, adelantaron una investigación que evidenció que el nivel de deserción está relacionado con las posibilidades financieras. La mitad de los estudiantes que inician sus estudios universitarios no los culminan.
¿Será la universidad la única opción?
Quise mencionar algún gran científico que haya logrado su sueño investigativo sin acudir a la academia o a maestros de su tiempo. No encontré ni uno (agradezco si alguien me saca de la duda).
En el campo de las bellas artes, donde entra en juego el candente tema de los 'dones' (que bien vale examinar a la par con el aprendizaje de la técnica, y el análisis en conjunto de la tradición e historia de cada disciplina artística), la lista de grandes artistas-no académicos es limitada. El dramaturgo Henrik Ibsen, por ejemplo, jamás fue a la universidad: no pasó los exámenes de admisión.
Si se habla de empresarios sin universidad, las cifras cambian.
El factor diferencial está en que la enseñanza vocacional ofrece entrenamiento, mientras que la universidad va más allá de esculpir una habilidad: educa, es decir, forma el espíritu. No en vano al llamarla Alma Mater (madre nutricia) se apela a la figura de la protección, del alimento vital.
La felicidad está en la permanente zozobra que produce el conocimiento -en la bella inversión: mientras más se estudia menos se sabe-, y que ofrece una dimensión real del ser humano, prepotente amo de la naturaleza.
En la universidad están 'las partidas' -como dirían los abuelos-: ese punto donde hay que recogerle rienda al caballo, detenerse, y ver que el camino no es uno, y que el horizonte es tan amplio como lejano.
El video tiene razón, todo universitario va en contravía. El que se le mide a la academia viola la ley más popular: la del menor esfuerzo.