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HISTÓRICO
Grupo Suramérica: cátedra de civilidad
  • Óscar Henao Mejía | Óscar Henao Mejía
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Óscar Henao Mejía | Publicado

El viernes pasado tuve el privilegio de asistir al primer concierto de celebración de los 35 años del Grupo Suramérica. Con toda justicia, advertía Daniel Escobar que el mayor reconocimiento en aquellas efemérides era para Carlos Mario Londoño y Luis Fernando Toro, quienes persisten en la agrupación desde sus inicios en los corredores de la Universidad de Antioquia en 1976.

De estos dos grandes pilares, el primero es un músico de enorme sensibilidad poética, capaz de transmitir al público todo un sentimiento de nacionalidad, compromiso, pasión y entrega y, el segundo, un músico total, versátil en la ejecución magistral de las quenas, las zampoñas, la guitarra, el tiple, el violín, el charango y la armónica.

Ellos han sido los decanos de una formidable escuela forjadora de una nueva generación de músicos, arraigados en nuestra cultura ancestral, pero abiertos a los nuevos recursos y lenguajes. A su sombra se han formado distinguidos artistas, algunos que en la actualidad hacen parte de otras agrupaciones, y los de hoy, Alejandro Carvajal, Daniel Escobar, Alejandro Vásquez, David Garcés, Jorge Vargas, Juancho Verdugo y Álvaro Sánchez, que tienen el orgullo de hacer parte de una institución reconocida como patrimonio cultural de nuestra ciudad.

Como asiduo fan de su proyecto he visto en cada uno de sus conciertos, además de la exhibición de la mejor música, todo un ejercicio de pedagogía, de recreación de los valores desdibujados por la agobiante situación social que atravesamos. Y es una pedagogía que llega a la piel y al corazón, porque va ligada a la buena música, a la poesía comprometida, al legado de los más reconocidos cantautores latinoamericanos y a la vena siempre joven de los integrantes de esta agrupación que, con depurado profesionalismo, saben crear y recrear canciones que traducen la historia de nuestra ciudad, nuestro país y nuestra América Latina.

Por 35 años han tenido dos cualidades complejas de mantener: la perseverancia en su formación musical y la terquedad de la esperanza. Y lo formidable es que saben contagiar esa terquedad y esa perseverancia. Los que tenemos la fortuna de disfrutar sus conciertos encontramos allí, al son de nuestra música, la mejor vitamina para recargar el espíritu de nacionalidad, de solidaridad, de fe en nosotros mismos, de orgullo por nuestra historia.

En el concierto de celebración se entretejieron tres quijotadas paisas: el Ballet Folclórico de Antioquia, la Orquesta Juvenil Amadeus y el inmenso Suramérica. Merecido y excelente gesto con el público fue la colaboración que tuvieron de dos símbolos de la canción social latinoamericana: Carlos Varela, de Cuba, y Teresa Parodi, la de Pedro Canoero, de Argentina.

Como en todas sus presentaciones, demostraron una vez más que, además de un suculento banquete musical, regalan a su público la mejor cátedra de civilidad.

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