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HISTÓRICO
La amputación de la noche
Arturo Guerrero | Publicado
A los muchachos les amputaron la noche. Están cercados en sus propios barrios, son blanco de invasores anónimos y sin cara que deslizan los papeles con las listas de amenazados, por debajo de las puertas de las casas pobres.

Su delito es ser jóvenes, indomables, vestirse ancho, cantar un rap de verdades, resistir luego de haber sido desplazados de Tumaco o de Montería o de Mesetas, haberse desmovilizado de las guerrillas o de los 'paras', actuar en obras de teatro donde se despojan del miedo, conservar su dignidad de seres con derecho al planeta.

Los asesinos van dejando su dosis nocturna de cadáveres imberbes en potreros enzarzados, cargan armas aceitadas en oscuros cuarteles donde mandan seis personalidades que confeccionan las listas suministradas puntualmente a los jefes de sicarios.

Están en todas las ciudades, su dotación consta de camionetas con blindaje y de hermosas motos cilindradas. Alguien se las ha dado, alguien ordena los crímenes, alguien centraliza los operativos, alguien agacha el dedo y son 28 muchachos los que caen en un mes en Usme o en Altos de Cazucá o en Ciudad Bolívar, para hablar solo de la capital.

Los adolescentes resisten, pero saben que sus nombres aparecen en la más reciente advertencia. Este país que es el suyo no les da segunda oportunidad bajo el cielo. Tampoco se la dio el día en que les asesinaron al papá en Urabá ni la tarde en que tuvieron 24 horas para dejar todo botado en Tibú.

Es la muerte disfrazada de limpieza social, es el aniquilamiento de la tranquilidad pública, es una política de noche de cristales ya antes aplicada en otros regímenes del mundo. Es la tarde de los cuchillos largos, que prepara el advenimiento de la jornada de los corderos sacrificados y de las masas del pueblo paralizadas de terror.

Alguien continúa como labor urbana el descuartizamiento general que los antecesores perpetraron en los campos. Alguien comanda estas acciones, con un propósito definido, con idénticos procedimientos de motosierra y referendos, con la exacta filosofía de los medios justificados por el fin intimidatorio.

Entre tanto siguen cayendo los muchachos, su sangre flor bermeja en potreros quemados y sin flores.
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