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La masacre en Tamaulipas

El asesinato de 72 inmigrantes en un rancho en la frontera con Texas es parte de la conocida estrategia de los narcos de causar terror para conseguir sus perversos fines. La respuesta a ese desafío no puede ser otra que la mano firme del Estado y de la comunidad internacional para derrotarlos y someterlos a la justicia. No está en juego la institucionalidad de México, sino la del Hemisferio.

26 de agosto de 2010
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Las escenas que el crimen organizado, ligado al narcotráfico, viene dejando en México, no deberían generar sólo zozobra entre los mexicanos y rechazo por parte del Gobierno de Felipe Calderón, sino de toda la comunidad internacional. El desafío de los carteles de la droga no es sólo a la institucionalidad del hermano país, sino a la seguridad transnacional.

El macabro asesinato de 72 inmigrantes en Tamaulipas, frontera con Texas, es la cobarde respuesta del narcotráfico a la decisión del Gobierno mexicano de enfrentarlos y someterlos a la justicia. De nuevo, como en la trágica historia colombiana, los capos de la droga y su ejército de matones, acuden a las prácticas de horror más degradantes para inspirar miedo y someter a la sociedad.

Desde 2006, cuando el Presidente Calderón definió y puso en marcha el llamado Plan Mérida, la versión mexicana del Plan Colombia, los narcos comenzaron una ofensiva de muerte en las zonas de frontera; unas veces para combatir a sus enemigos en el negocio de las drogas; y otras, para desinstitucionalizar al Estado a través del poder corruptor de sus dineros y de la intimidación armada.

La estrecha connivencia de algunos círculos de poder y de la justicia mexicana con los narcotraficantes ha hecho un daño incalculable a la legitimidad del Estado. Un fenómeno que no es exclusivo de México, sino que permea la frontera con Estados Unidos y se extiende con apremiante peligro por Centro y Suramérica, sin contar las evidentes conexiones entre narcotráfico y terrorismo en todo el mundo.

Claro que el problema narco hay que enfrentarlo de forma conjunta e integral. Ese es un imperativo. Lo que resulta injusto, facilista y de pésimo recaudo, por el mensaje que lleva implícito, es aceptar la tesis según la cual, "la violencia en México es producto de la militarización y el despliegue policial para enfrentar a los narcos, ordenada por el Presidente Calderón".

No. Las primeras declaraciones del único sobreviviente de la masacre en Tamaulipas, un inmigrante ecuatoriano, que sindica al grupo de Los Zetas de matar a sus compañeros por no aceptar ser parte de su aparato sicarial, demuestran que la captura o la muerte de los grandes capos y la persecución oficial que ahora sufren sus comandos armados, están minando su capacidad de acción. Por eso recurren al terror y la intimidación de los más vulnerables, entre ellos, los inmigrantes que aún buscan el "sueño americano".

No resulta ser una coincidencia, de paso, que parte de la estrategia de los narcos esté montada sobre el asedio contra los medios y la muerte de periodistas. Ocurre en México, pasó en Colombia, y viene pasando en Centroamérica, donde la situación de Honduras es alarmante, con 10 periodistas asesinados, la mayoría por denunciar casos de narcotráfico y corrupción ligados al mismo.

Colombia ha venido brindando a México toda la cooperación y su experiencia acumulada en la lucha contra las drogas, pero el desafío de los narcos es de la misma dimensión del planeta. Sólo con la participación de todos podremos superar esta pesadilla.

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