Todo el tiempo de la vida que le quedó faltando a Julieth Maribel para amar a su padre, Darío de Jesús Mazo Medina, ayer le sobró en lágrimas para recordarlo.
Por eso, en los 55 minutos que duró la misa del sepelio colectivo de las víctimas de Calle Vieja, en la iglesia del Rosario, en el parque de Bello, la joven, de 19 años, nunca se despegó del féretro y nunca soltó esa fría caja de madera en la que estaba el cadáver del hombre que fue su guía en los primeros años.
-Era el mejor, no le puedo narrar un recuerdo malo de él porque todos son buenos-, confesó.
Pero en su corazón había algo más. Por esas cosas del amor, su padre se había separado de Flor Marina Ospina, su madre, y buscado otros rumbos. El amor siguió, para Julieth y para sus dos hermanos, Andrés Felipe y Hernán Darío, a pesar de las distancias.
Distancias que también se marcaron en los tiempos para verse y amarse. El domingo, hacía ya varios días que Julieth y su papá no conversaban y a la joven le entró la obsesión por saludarlo y reunirse con él para contarle cosas, cosas de muchacha.
-Amanecí como con esa ansiedad de llamarlo y de verlo-, narró casi bañada en lágrimas.
Cuando caía la tarde del domingo, Julieth, que no estaba enterada de la desgracia que se vivía en Calle Vieja, por fin logró que en el celular de su padre una voz le respondiera su llamada.
Y como jamás lo habría calculado ser humano alguno sobre la tierra, la respuesta que escuchó casi la hace desvanecer:
-El que me contestó era un señor del Anfiteatro (Medicina Legal), me dijo que ese sí era el teléfono de Darío, que yo quién era, y después me informó que mi papá estaba muerto. No sabe lo que sentí...
El llanto vuelve a invadirla y entonces no hay ya más qué preguntarle.
A su lado, Luis Hernando, hijo de María Samantha Echavarría -la segunda mujer de su padre- termina de contar que fue él quien precisamente lo sacó de entre la tierra horas después de sepultado.
Ya había rescatado a su madre, que fue la primera en salir con vida, y armado con el mismo pico y la misma pala, cavó y cavó hasta toparse con su padre.
-Estaba intacto, por eso lo dejan ver en la caja-, contó Luis Hernando, que se la lleva bien con sus hermanos medios, pues así se lo enseñó su papá, que no era de rencores.
En total, Darío de Jesús se fue de la tierra atacado por la tierra misma y dejó en ella a 7 hijos: Andrés Felipe, Julieth, Hernán Darío, Luis Hernando, Luisa Fernanda, Juan Camilo y Duván.
Tal vez en sus ojos, en la forma de mirar, en los gestos y hasta en el carácter, ellos harán que su memoria esté por siempre sobre las calles de La Gabriela o en Enciso, donde vive Julieth, que tendrá a su hermanito Hernán Darío, de 16 años, para recordarlo siempre, "porque es igualito, es que quedó vivo en él", afirma.
Y por esas cosas, el joven tampoco soltó nunca el ataúd, lo abrazó con fuerza todos los 55 minutos de la ceremonia en la iglesia y hasta lo empapó en su llanto, en las lágrimas que derramó a montones por ese papá que estaba ahí, inerte, cuando "era el hombre más alegre del mundo", dijo Samantha.
Una escena común
Pero fue una escena repetida once veces en el templo del Rosario, donde fueron velados los cadáveres de Isabela Osorio Posada, Ómar Brieva Rave Espinosa, Noel Antonio Palacio Martínez, el mismo Darío de Jesús Mazo Medina, José Arley Ibargüen Romaña y toda una estirpe de los Madrigal: Nolberto Madrigal Maya, María Luz Maya de Madrigal, Dayana Valentina Madrigal Maya, Yarlen Alejandra Rueda Madrigal, María Eugenia Madrigal Maya y Mateo Madrigal Alarcón.
Por ellos, por esas once almas y el total de 123 que se cree perdieron la vida en la tragedia de Calle Vieja, Bello entero se arremolinó en el parque y en el templo.
Unos a acompañar a las familias de las víctimas, otros a darles una voz de aliento, un mensaje de compañía, y muchos incluso a llorar por la tragedia.
-Porque son hermanos, vecinos, gente de este pueblo que está sufriendo-, dijo una señora parada en primera fila de la iglesia y que se confundía entre los familiares de los que eran velados.
La misa la presidió el arzobispo de Medellín, monseñor Ricardo Tobón Restrepo, que recordó lo impredecible de la muerte, lo insólita que suele ser cuando llama a los humanos sin tener en cuenta que estén felices, sufriendo o pasándola de maravilla en esta vida.
-Este acontecimiento nos llena de tristeza. Esperamos que el Señor haya recogido de ellos sus obras, sus trabajos, sus esfuerzos y su último suspiro y los tenga con Él-, dijo y pidió para que desgracias como esta nunca más se repitan por falta de planeación, irresponsabilidad o imprevisión. Cuando la misa inició, un aguacero se precipitó sobre Bello. Minutos antes de que terminara, también cesó la lluvia.
En el corazón bellanita se sintió el duelo por todas estas almas. Y en el ataúd de Darío, como en los demás, quedaron las lágrimas secas del dolor por esos que se fueron, pero que siempre estarán en la memoria.
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